Él también sabía que Nelson nunca había sentido simpatía por su hija adoptiva; de hecho, se podría decir que le tenía aversión.
Desde que Nelson había entrado a la mansión Tovar, su ceño no se había relajado ni un instante.-
Ahora, era evidente que Nelson estaba de peor humor que antes de entrar a la mansión Tovar.
Leonardo pensó que, seguramente, esa hija adoptiva había vuelto a aprovecharse de la protección de Arturo para exigirle algo descabellado a Nelson. No hacía falta verlo para saber que, como siempre, quería acompañar a Nelson en su viaje de trabajo.
Miró por la ventana del carro, buscando la figura que solía aparecer con insistencia, pero no la vio.
Así que se atrevió a decir:
—Señor Nelson, yo creo que debería ser más firme desde el principio y rechazar a la señorita Gisela de una vez. Así ella entendería que no hay manera y se daría por vencida.
Para su sorpresa, Nelson levantó la mirada, sus ojos oscuros reflejaban una profundidad inquietante y su voz sonó cortante.
—Deja de decir tonterías y maneja.
Leonardo cerró la boca de inmediato y arrancó el carro sin hacer más preguntas.
Esperó un rato, hasta que Nelson, cansado, se frotó el entrecejo.
—¿Qué pasa?
Leonardo bajó la voz:
—¿Por qué la señorita Gisela no vino? ¿No siempre insiste en ir con usted?
Ese día era fin de semana. Como no había clases, lo habitual era que la señorita Gisela se aferrara a acompañar a Nelson, ya fuera a la oficina o a su residencia particular.
Nelson frunció los labios y sus ojos, negros como la noche, se deslizaron sin querer hacia la entrada de la mansión.
Todo estaba en silencio, solo se veía a los empleados yendo y viniendo, pero ni rastro de la joven que solía aparecer a esas horas.
Nelson no lograba adaptarse a ese cambio repentino, así que arrugó levemente la frente.
—No te preocupes por ella. Maneja.
—Ah, entendido, señor —respondió Leonardo, y puso el carro en marcha.
Al parecer, la señorita Gisela sí había hecho enojar de verdad al señor Nelson.
Nelson se recostó de manera despreocupada sobre el asiento, cerró los ojos y, de pronto, recordó las palabras que Gisela le había dicho hacía un momento.
¿No quiere molestar?
Eso solo parecía una maniobra para llamar su atención. Nada ingenioso, la verdad.
Aunque en su vida pasada había contado con la protección de la familia Tovar, había estudiado con ahínco para estar a la altura de Nelson. No desperdició sus estudios.
Lamentablemente, el día antes del examen de ingreso universitario ocurrió algo y perdió la oportunidad de presentarlo.
Después de aquello, pasaron muchas cosas y nunca volvió a intentarlo, ni siquiera fue a la universidad.
En esta nueva vida, pensaba aprovechar al máximo la oportunidad del examen de ingreso, elegir una universidad lo más lejana posible de la familia Tovar y de Nelson, y largarse lejos.
Sin embargo, no pensaba olvidar ni perdonar las injusticias del pasado.
Algún día, todos los que dañaron a Fabi tendrían que pagar lo que hicieron.
Estudió hasta que cayó la noche. Entonces, de pronto, Aitana irrumpió en la habitación, jalando una maleta y lista para empacar.
Gisela le quitó la maleta de las manos.
—Mamá, ¿qué estás haciendo?
Aitana le dio unos golpecitos en la frente, sonriendo con entusiasmo:
—El señor ya aceptó que vayas con Nelson al viaje de trabajo. ¡Apúrate a preparar tus cosas! Y trata bien a Nelson, no vayas a provocarlo como hoy.

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