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Del Dolor Nació la Diosa de la Venganza romance Capítulo 4

Gisela reaccionó de inmediato.

—Ya te dije, no voy a ir.-

Aitana la miró con furia.

—¿Por qué sigues tan terca? ¡Es una oportunidad increíble!

Gisela apretó los puños, sin ceder ni un poco.

—¿Oportunidad de qué hablas?

La voz de Aitana subió de tono.

—¡La oportunidad de acercarte a Nelson! ¿No que te gusta?

Tal vez por lo que había vivido en su vida anterior, al escuchar el nombre de Nelson, Gisela sintió un escalofrío involuntario, como si algo en su interior se removiera.

Estuvo a punto de romper en llanto.

—Yo ni siquiera...

—Toc, toc, toc—

El sonido de los golpes en la puerta la tomó por sorpresa, cortando su frase.

Gisela no alcanzó a ocultar la tristeza en su mirada cuando se topó con los ojos impasibles y distantes de Nelson, que ya estaba en la puerta.

En ese instante, recordó cómo, en su vida pasada, Nelson la miraba igual: como si fuera basura, como si no valiera nada.

Instintivamente, retrocedió unos pasos. Aunque apartó la mirada, sentía el peso de la presencia de Nelson fijada en su rostro.

Nelson había escuchado toda la conversación entre ella y Aitana.

Siempre detestó a las personas que actuaban con doble intención, y el interés descarado de Aitana hacia él le resultaba insoportable.

No podía fingir que no había escuchado nada.

Aitana también se quedó paralizada, notoriamente nerviosa.

—Señor Nelson, no es lo que usted piensa...

—Ya basta. No quiero seguir oyendo sus cosas asquerosas.

Nelson frunció el ceño y desvió la mirada con desdén.

Parecía que ni siquiera quería verlas. Se giró y lanzó una frase al aire:

—Mi abuelo las llama para comer.

Apenas salió Nelson, el silencio se apoderó del cuarto.

Gisela respiró hondo y preguntó en voz baja:

Pero hoy, por primera vez, rompió esa costumbre.

Aitana se acercó de inmediato y le jaló del brazo.

—¿Por qué te sientas aquí? Anda, siéntate al lado del señor Nelson, ¡apúrate!

Gisela se soltó con delicadeza, ignorando la insistencia de su madre, y miró a Arturo.

—Abuelo, ¿puedo sentarme aquí?

Los ojos nublados de Arturo se iluminaron con un dejo de diversión.

—Puedes, claro que sí. Pero antes siempre te sentabas al lado de Nelson, ¿ahora están peleados?

—No, abuelo —respondió Gisela en voz baja, agachando la cabeza.

Nelson, al escucharla, soltó una risita desdeñosa.

Las palabras de Gisela se quedaron atoradas en su garganta.

Arturo miró de uno a otro, con una sonrisa en los labios.

—Bueno, ya están todos sentados.

Aitana tuvo que soltarla al final, resignada, y se sentó junto a Gisela, todavía molesta.

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