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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 1007

—Bueno, iré a llamar a Pilar para que suba a cenar —dijo Micaela.

Micaela subió al piso veintisiete y tocó el timbre. En cuanto Enzo la vio, esbozó una sonrisa.

—Señorita Micaela, qué bueno que llegó. Justo tengo que salir por un asunto. ¿Podría quedarse a cargo del señor Gaspar un momento?

Micaela se quedó un segundo pensativa antes de preguntar:

—¿Cómo está él?

—El señor Gaspar ya solo tiene un poco de fiebre, pero el doctor Ramírez teme que en la noche vuelva a subirle la temperatura —comentó Enzo, y se notaba la preocupación en su mirada.

—Entiendo —asintió Micaela.

Enzo, al escucharla, no pudo ocultar su alivio.

—Entonces le encargo todo, señorita Micaela. Me retiro.

Su expresión se relajó de golpe, como si se hubiera quitado un peso de encima, y salió cerrando la puerta detrás de él.

No encontró a Gaspar en la sala, pero de la sala de juegos llegaban risas y ruidos suaves. Micaela se asomó: Gaspar estaba sentado en el sofá, jugando con su hija a construir torres de bloques. Pepa, la gran perra, estaba recostada en el sofá, con el hocico apoyado en la pierna de Gaspar, disfrutando de las caricias que él le daba con una mano mientras entrecerraba los ojos de gusto.

La imagen de padre, hija y perro podía derretir a cualquiera por lo tierna, pero a Micaela le resultaba difícil de digerir.

—Pilar, ya es hora de cenar. Vamos.

—Pero, mamá, no tengo hambre —replicó Pilar, sin ánimos de dejar el juego.

—Cuando termines de cenar, puedes venir a seguir jugando —la animó Micaela, intentando convencerla.

—Bueno… —Pilar hizo un puchero. Gaspar también intervino con voz suave:

—Cuando acabes de cenar, papá te espera para que sigamos jugando.

—¡Entonces voy a cenar! Pero prométeme que me vas a esperar, ¿sí?

Pilar se levantó y tomó la mano de su mamá, lista para irse.

Micaela la acompañó de regreso a casa. Apenas terminó de cenar, Pilar ya quería bajar de nuevo con su papá.

A Micaela la desesperaba que, viviendo una encima de la otra, no podía evitar que su hija se la pasara corriendo al departamento de Gaspar. Además, por precaución, siempre tenía que bajarla ella misma.

...

Ya de nuevo en el departamento de Gaspar, Pilar no tenía ganas de jugar y pidió ver caricaturas. Gaspar se las puso, y entonces Micaela lo encaró:

—Tengo unas preguntas para ti.

Gaspar la miró con intensidad.

—Vamos al balcón, ¿te parece?

A Micaela le brillaron los ojos de coraje. Apretó los dientes, conteniendo el enojo.

—¿Así que por tu proyecto de negocio, mi papá acabó gastando hasta la última gota de energía y sacrificando su salud solo para que tú ganaras dinero?

El cuaderno repleto de notas de su padre era prueba de ese esfuerzo titánico, de cómo había dedicado sus últimos días a la investigación.

Gaspar bajó la mirada.

—Perdón. Debí haber puesto más atención a la salud de tu papá. No debí dejar que se agotara así.

Micaela cerró los ojos, apretando el puño sobre la mesa. Sabía que, aunque odiara a Gaspar, ya no podía cambiar nada. Pero no podía entender por qué un simple proyecto comercial valía la vida de su padre.

Gaspar tragó saliva, los ojos turbios por emociones enredadas: culpa, dolor, una lucha interna imposible de describir.

—Micaela, tu papá ya no está. Seguir hablando de esto no va a devolvernos nada.

Las lágrimas asomaron en los ojos de Micaela.

—Gaspar, cuando termine este experimento, más te vale alejarte de mí. No quiero volver a verte en toda mi vida.

Dicho esto, Micaela se levantó y se fue.

Gaspar siguió sentado, como petrificado, con el corazón atrapado en un puño invisible.

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