Micaela asintió con la cabeza.
—Guarda bien este paraguas, quiero devolverlo a quien me lo prestó.
—Está bien.
Después, Micaela se dio un baño caliente. Ya era finales de abril, así que aunque se había mojado bajo la lluvia, no corría el riesgo de resfriarse solo por eso.
Salió del baño envuelta en una toalla y justo en ese momento recibió un mensaje de Ramiro, quien le recordaba que hoy descansara en casa.
Ese pequeño gesto de preocupación le calentó el corazón.
A las tres de la tarde, Gaspar le mandó un mensaje: él recogería a su hija.
Gaspar estacionó el carro en el sótano y subió en el elevador con Pilar en brazos.
Pepa, la perrita, movía la cola emocionada al verlos llegar. Pilar no pudo resistirse y se puso a jugar con Pepa, mientras Gaspar subía las escaleras. Justo en el recibidor del segundo piso, Micaela casi se topó de frente con él.
Micaela prefirió pegar la espalda contra la pared antes que rozarse siquiera con Gaspar.
Él la miró con una expresión dura, como si cargara con un enojo inexplicable, y sin decir palabra, se metió a su cuarto y cerró la puerta de un portazo que resonó en todo el piso.
Micaela bajó para acompañar a su hija. Al poco rato, las carcajadas de Pilar llenaron la sala.
Sofía preparó una comida deliciosa. Afuera, la lluvia seguía cayendo con relámpagos que iluminaban el cielo, pero dentro de la casa, bajo la luz cálida del candelabro, todo parecía un refugio acogedor.
Poco antes de la cena, Micaela se acercó al recibidor y escuchó a Gaspar hablando por teléfono.
—¿Se fue la luz? ... Está bien, voy para allá.
No necesitaba adivinar para saber que era Samanta quien lo había llamado. Con ese clima tan feo, seguro Samanta quería pasar la tormenta abrazada a él.
A Micaela también le asustaban los truenos y relámpagos. Antes, solía buscar refugio en los brazos de Gaspar, aunque él nunca se mostraba a gusto con eso; de todas formas, ella se aferraba a él.
Ahora, aunque todavía sentía miedo, por Pilar era capaz de superar cualquier cosa.
Esa noche, Micaela se metió bajo las cobijas con su hija y le contó historias hasta que Pilar se quedó dormida. Ella, en cambio, no pudo pegar un ojo.
Los truenos afuera retumbaban y no la dejaban dormir.
Gaspar no volvió en toda la noche.
—No importa quién soy. Con que te quede claro mi advertencia, basta.
Colgó. Micaela, tras unos segundos, logró recuperar la calma. Era obvio que la gente de la fábrica química ya se había enterado de la investigación del laboratorio.
Aun así, ella ya tenía todas las pruebas listas. Solo le faltaba entregarlas a las autoridades, y entonces podrían vigilar y sancionar a la fábrica por verter aguas contaminadas.
Aunque la habían amenazado en la mañana, Micaela no era de las que se rinden. Esto no solo era un asunto de Pueblo de la Brisa, sino que ponía en riesgo el agua de todo el país. No podía quedarse de brazos cruzados.
Al llegar al laboratorio, le contó a Ramiro sobre la llamada de advertencia. Él la miró con preocupación.
—Cuídate mucho cuando salgas —le pidió.
—Lo haré —aseguró ella.
A la hora de la comida, el Dr. Leiva dirigió una reunión para presentar un reporte detallado sobre el caso de Pueblo de la Brisa.
—Micaela fue la primera en detectar metilmercurio en el cerebro de los pacientes. También encontró el mismo elemento en los peces del embalse y en las aguas residuales de la fábrica. Así, logramos una cadena de pruebas completa —explicó Ramiro.
Debajo de la mesa, Lara apretaba con fuerza las manos sobre sus piernas. No podía creer que Micaela, otra vez, se hubiera llevado todo el mérito.

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