Samanta abrió los ojos de par en par, y cuando Lionel mencionó a Jacobo, la desesperación se apoderó de ella de inmediato, como si todos sus secretos y pensamientos hubieran quedado expuestos ante Lionel.
—Lionel, ¿qué estás diciendo? ¡Jacobo y yo solo somos amigos!
—¿De verdad crees que a estas alturas yo, Lionel, nací para ser tu tonto, el que puedes manipular a tu antojo?
Samanta sintió cómo un escalofrío le recorría todo el cuerpo. ¿Qué era lo que Lionel sabía? ¿Cómo podía ser que, de repente, pareciera entenderlo todo?
—No es así, Lionel, déjame explicarte. Entre Gaspar y yo solo hay un acuerdo, y con Jacobo de verdad solo hay amistad. Pero tú sabes lo que siento por ti —Samanta se acercó a toda prisa, intentando tomarle del brazo, queriendo que él creyera en sus palabras—. Nunca he negado lo que siento por ti, tú sabes que te quiero de verdad.
Lionel se apartó de inmediato, rechazando el contacto con un gesto de disgusto.
—No me toques.
Retrocedió un paso, poniendo distancia entre ellos; el desprecio en su mirada era tan evidente que casi se podía palpar.
—Samanta, desde ahora, no pienso seguir tolerando que digas que me quieres. No vuelvas a buscarme, y si te apareces de nuevo delante de mí, no me pidas que sea considerado contigo porque no pienso hacerlo.
Lionel luchaba por controlar la rabia que hervía dentro de él. Siete años de ingenuidad, siete años en los que se dejó manipular… ya no le importaba. Ahora lo único que deseaba era cortar de raíz cualquier lazo con Samanta.
—¡Lionel! —gritó Samanta, y las lágrimas brotaron al instante. No estaba fingiendo; el golpe de la desesperación y el abandono la rebasó por completo—. ¡No puedes hacerme esto! Después de tantos años, de todo lo que hemos vivido…
—Lionel, ya entendí, fue mi culpa, fui demasiado ambiciosa —murmuró entre sollozos, mordiendo su labio para contener el llanto—. Pero ya no tengo a nadie, tú eres lo único que me queda. Si también me dejas, ya no sé qué hacer…
Lionel entrecerró los ojos, analizando la escena. En el pasado, ese tipo de súplicas siempre le rompían el corazón y lo hacían querer cuidarla.
Pero ahora, que veía la realidad de Samanta, solo podía mirar esa actuación con desprecio. Le parecía vacía, forzada, completamente falsa.
Dentro de él no había compasión, sino un rechazo aún más profundo y unas ganas de terminar con todo de una vez por todas.
—Samanta, ya basta de esas lágrimas —espetó Lionel, con un tono tan seco y duro como nunca antes—. Ese teatro tuyo ya no me afecta. Se acabó.

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