El pecho de Samanta subía y bajaba con fuerza. Frente a ella, Lionel y Paula permanecían juntos, formando un frente común en su contra. La humillación la envolvió como una ola helada. No le quedaban fuerzas ni para contestar; solo pudo lanzarles una mirada de odio antes de girar sobre sus talones y, con paso tambaleante, marcharse directo al elevador.
Lionel se quedó viendo a Paula. Una sonrisa amarga apareció en sus labios.
—¿Escuchaste todo?
Paula asintió despacio.
—Sí, escuché parte.
El tono de Lionel se tornó irónico, cargado de autocrítica.
—¿No te parece que di pena?
Paula negó con la cabeza, sonrió y le habló con dulzura:
—No diste pena. Quizá antes te cegaste un poco, pero lo importante es que ahora abriste los ojos. Eso es lo que cuenta.
Las palabras de Paula le llegaron como un abrazo cálido, calmando el torbellino en el corazón de Lionel. De pronto, la atrajo hacia él y la envolvió en sus brazos, soltando un suspiro en voz baja.
—Menos mal que te encontré.
Paula se dejó abrazar, recostando la cabeza en su pecho. Sonrió, sintiéndose tranquila.
...
Samanta subió al carro con paso apresurado. Apenas se acomodó en el asiento, Noelia la miró preocupada. El maquillaje de Samanta estaba estropeado, el delineador corrido por las lágrimas. Su rostro, normalmente tan pulcro, ahora lucía demacrado.
Noelia, inquieta, le acercó una botella de agua.
—Samanta, ¿qué pasó? ¿Te peleaste con el señor Lionel?
Pero Samanta no era de las que se quiebran así nomás. Aunque sentía un nudo en la garganta y la tentación de llorar, levantó la barbilla, negándose a que las lágrimas se escaparan. En sus ojos solo quedaba rabia, un rojo encendido que la mantenía en pie.
¿Y qué había ganado en estos diez años? Quizá nadie lo creería, pero en todo ese tiempo, solo había logrado una cosa: vengarse de quien le había arrebatado el amor de su vida.
Esa persona era Micaela.
Nunca olvidaría la rabia que sintió cuando Micaela le robó la oportunidad de cambiar su destino.
Aunque en ese entonces se acercó a Gaspar como una “donadora”, en realidad, durante ese año, ella se partió el alma aprendiendo piano solo para entrar a la mejor escuela de arte. Hasta tuvo heridas en las manos por el frío, las ampollas se le infectaron y aun así siguió practicando. Pasaba noches en vela, soñando con la admisión.
Pero justo cuando recibió la carta de aceptación y corrió a contarle a Gaspar, la noticia la golpeó como un balde de agua helada: en el país, los medios decían que Micaela, con quién sabe qué artimañas, había logrado que Gaspar se casara con ella.
Gaspar se había casado.
El título de “señora Ruiz”, el cariño de Gaspar y, sobre todo, su presencia.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica