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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 1034

Tres días después, Micaela se preparó para salir rumbo a Villa Fantasía, donde asistiría a la ceremonia de premiación. El viaje duraría dos días, así que no tuvo más remedio que hablar con Gaspar para ver quién se encargaría de su hija.

Gaspar no había aparecido por el laboratorio en los últimos días, así que Micaela tuvo que llamarlo por teléfono.

—Mañana a las diez de la mañana sale mi vuelo a Villa Fantasía. Necesito que cuides a Pilar durante dos días —dijo Micaela al celular, sin rodeos.

—Está bien, me encargaré de Pilar —aceptó Gaspar enseguida, sin poner excusas.

Micaela, al escuchar su respuesta directa, no quiso decir nada más y cortó la llamada.

...

El viernes por la mañana, Micaela llevó a Pilar a la escuela. La niña ya sabía que su mamá iba a una premiación; se mostraba orgullosa y le prometió que se portaría bien hasta que volviera a casa.

Después de dejar a su hija, Micaela pidió un taxi para ir al aeropuerto. La entrega de premios del Instituto de Ciencias Avanzadas sería a las dos de la tarde, así que llegaría justo a tiempo.

Apenas llegó al aeropuerto, se puso en la fila para documentar su maleta. Como iba con el tiempo justo, en cuanto entró a la sala de espera ya estaban llamando para abordar.

Desde que Micaela vivió aquel incidente de turbulencia en un vuelo pasado, le había quedado una sombra de nerviosismo al viajar en avión. Aun así, intentó mirar el viaje con buena actitud.

Tomó su asiento junto a la ventana, en primera clase. Sacó el celular para revisar mensajes, mientras los pasajeros iban subiendo poco a poco. Justo cuando estaban a punto de cerrar la puerta del avión, una figura atravesó la entrada. Micaela alzó la vista sin mucho interés, pero cuando lo reconoció, se quedó congelada unos segundos.

Gaspar entró con paso tranquilo, llevaba el saco del traje doblado en el brazo y el celular en la mano, como si nada. Sin dudarlo, fue y se sentó justo a un lado de Micaela.

Ella arrugó la frente.

—¿No que ibas a cuidar a Pilar? —le lanzó, incrédula.

Gaspar se giró hacia ella, con toda calma.

—Tengo vuelo de regreso a las dos. Me da tiempo de recoger a Pilar a la salida.

Sin pensarlo, ella le apretó fuerte el brazo.

—Si... si algo le pasa al avión... —su voz tembló, quebrada—, ¿qué va a ser de Pilar?

Gaspar iba a contestar cuando el avión dio otro salto brusco. Esta vez, hasta las mascarillas de oxígeno cayeron del techo y la cabina se llenó de gritos y confusión. Gaspar enseguida tomó una mascarilla y se la puso a Micaela. Ella, con la cara llena de angustia, le sostuvo la mano con fuerza. En sus ojos brillaba una determinación feroz, mientras jadeaba.

—Gaspar, prométeme algo —soltó, con la voz entrecortada tras la mascarilla—. A partir de ahora, nunca más viajaremos en el mismo avión. Pase lo que pase, uno de los dos tiene que quedarse con Pilar.

—Lo prometo —respondió Gaspar, sorprendido por la seriedad de Micaela, mientras la rodeaba con los brazos para tranquilizarla.

Él lo entendió al instante: en el fondo, Micaela temía que algún día su hija necesitara de sus padres para sobrevivir.

Justo en ese momento, el avión salió de las nubes y poco a poco todo volvió a la normalidad. Micaela se soltó de los brazos de Gaspar y, agotada, se recostó en el asiento, tratando de calmar su respiración.

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