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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 1040

—Entonces así queda, ¿de acuerdo? —soltó Anselmo con una sonrisa.

El mesero comenzó a servir la comida. Los platillos, perfectamente presentados, llenaron la mesa con sus colores vivos y aromas deliciosos; cada uno parecía una pequeña obra de arte, tan apetitosos que daban ganas de tomarles una foto antes de probarlos.

—Prueba este —dijo Anselmo mientras le servía una porción de pescado—. Dicen que lo pescaron hoy mismo en alta mar, está fresco y suavecito.

Micaela le devolvió una sonrisa cálida y se negó con delicadeza.

—Yo puedo servirme, gracias. Tú come, seguro vienes muerto de hambre después de tanto viaje.

Anselmo se quedó un momento en silencio, sintiendo cómo le invadía una calidez inesperada. Era cierto: apenas bajó del avión, solo se dio tiempo de bañarse y se fue directo a buscarla.

La conversación fluyó ligera. Anselmo le contó algunas anécdotas recientes, y Micaela compartió detalles de la ceremonia de premiación. Entre risas y comentarios, el ambiente se sentía relajado y familiar.

—Mi papá también te tiene en alta estima —comentó Anselmo mientras dejaba su tenedor y levantaba una taza con alguna bebida preparada. Sus ojos, por encima del borde, se veían serios y profundos—. Siempre que puede, te echa flores. Te admira mucho.

Micaela se sorprendió, esbozando una sonrisa tímida.

—Gracias por sus palabras, Sr. Franco.

Anselmo la miró, sin ocultar el aprecio en su mirada.

—La verdad, tener una amiga como tú me llena de orgullo.

La palabra “amiga” sonó en sus labios con un dejo de sentimiento, como si llevara un peso especial.

Micaela, entonces, le sirvió un trozo de carne en su plato.

—Come más, siento que has bajado de peso.

Anselmo rio.

—¿Y no me ves más moreno también?

Micaela lo miró de arriba abajo. El aire varonil de Anselmo era innegable; aunque no traía uniforme militar, su piel tostada y su porte firme le daban una presencia fuerte y auténtica.

—Sí, te veo más bronceado, pero eso no te quita lo bien que te ves —le soltó, con una mirada de complicidad.

En ese momento, el celular de Micaela vibró con el sonido de una videollamada. Vio en la pantalla que era un mensaje de Sofía por WhatsApp. Pensó al instante que se trataría de su hija y le avisó a Anselmo:

—Debe ser mi hija.

—¡Contéstale! Hace mucho que no veo a la pequeña —dijo Anselmo, mostrando un entusiasmo sincero.

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