—Gaspar me lo advirtió muchas veces, me dijo que no me acercara demasiado a ella, pero yo admiraba a Samanta —la voz de Damaris se quebró, llena de culpa—. Insistí en invitarla a comer a la casa, la acerqué a Pilar y fue así como se dieron todos esos malentendidos entre ustedes... Cuando supe la verdad, entendí que Samanta te guardaba rencor por haberle quitado a Gaspar, que siempre buscó una oportunidad para separarlos y hasta usó a Pilar para provocarte. No tengo perdón...
A medida que Damaris hablaba, su voz se volvía aún más ahogada.
—Sé que ya es muy tarde para decir todo esto. Tú y Gaspar son buenas personas. Yo no merezco ser su mamá ni tu suegra, mucho menos la abuelita de Pilar. Si no la hubieras llevado a tiempo, Samanta la habría usado para sus propios fines... Ni quiero imaginarme lo que hubiera podido hacerle.
Damaris tenía la mirada perdida, invadida por el miedo. Últimamente, entre más pensaba en lo ocurrido, más remordimiento sentía. Recordaba detalles que antes ignoraba, como aquel día en que dejó que Samanta llevara a su nieta al parque o cuando fue por juguetes sin supervisión. Ahora, esas escenas la perseguían como una pesadilla interminable.
Había soñado varias veces que le hacían daño a su nieta, que la secuestraban, que sufría un accidente horrible.
Aunque nada de eso había sucedido en la vida real, en sus sueños sentía un terror tan intenso que se despertaba empapada en sudor.
—He estado teniendo puros sueños horribles —sollozó Damaris—. Veo a Pilar y a ti en peligro, y hasta a Gaspar... No sé cómo podré perdonarme —se cubrió los ojos y las lágrimas se escaparon entre sus dedos.
Micaela la observaba, llena de emociones encontradas. Al final, tomó una servilleta y se la tendió con suavidad.
—Señora, eso ya quedó atrás. Pilar está bien, está segura. No hay razón para que se siga culpando —le dijo Micaela, tratando de reconfortarla.
—Pero estuve a punto de causarle un daño irreparable a Pilar —Damaris se quebró de nuevo, incapaz de contener el llanto.
—Ya pasó —le respondió Micaela con voz cálida—. Todos debemos aprender a seguir adelante. Pilar todavía necesita el cariño de su abuelita, ¿no cree?
Esas palabras calaron hondo; poco a poco, Damaris dejó de llorar. Alzó el rostro, incrédula.
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