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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 1050

Con la poca experiencia y mañas que tenía Micaela, apenas pasaba de los veinte, jamás podría competir contra Samanta. Si intentaba jugarle al vivo, era probable que terminara hecha pedazos por las artimañas de esa mujer.

—Gracias por contarme todo esto —le dijo Adriana, agradecida—. Oye, ¿te gusta este bolso?

Frida, al ver el bolso que le mostraba, no pudo ocultar el brillo de sorpresa en sus ojos.

—¡Este modelo no se consigue aquí en el país!

—Solo con buenos contactos logras conseguir uno —comentó Adriana con una sonrisa tranquila.

Frida pensó que solo alguien con la posición de Adriana podía tener en sus manos una edición tan limitada como esa.

Frida tomó el bolso y se marchó con una alegría que no pudo disimular. Adriana, por su parte, se quedó un rato sentada en la cafetería, buscando calmar su pulso antes de levantarse y salir.

Aunque sabía bien que hurgar en el pasado de Samanta solo iba a encender más su rabia y dolor, había algo dentro de Adriana que no podía dejarlo pasar. Era como una obsesión: necesitaba descubrir hasta qué punto Samanta había sido capaz de caer tan bajo.

...

A las cuatro y media de la tarde, el carro de Micaela salió del estacionamiento subterráneo. Apenas llegó al semáforo de la esquina, el sistema manos libres del carro comenzó a sonar. Era Ramiro Herrera.

Micaela presionó el botón de contestar y la voz de Ramiro, algo agitada, llenó el interior del carro.

—Mica, ¿ya viste las noticias del químico Teodoro y la fábrica de Pueblo de la Brisa? Dicen que lo van a liberar.

La voz de Micaela se volvió tensa, afilada como una navaja.

—Sí, lo leí hoy en la mañana.

—No sé si ese Teodoro, después de dos años en la cárcel, quiera vengarse de ti. Por favor, cuídate. Fíjate bien si no hay carros extraños siguiéndote.

—Voy a estar alerta, y tú también, Ramiro. No te descuides —le advirtió Micaela.

—No te preocupes por mí —replicó él, y después cambió el tema—. ¿Vas manejando?

—Sí, voy rumbo a la escuela por la niña —respondió Micaela.

—Conduce con calma. Si pasa algo, márcame de volada.

Colgó y justo en ese momento pisó el acelerador. Miró por el retrovisor y notó una camioneta negra siguiéndola. Todavía resonaban las palabras de Ramiro en sus oídos cuando el presentimiento de peligro la puso en alerta.

—Tranquila, los que te siguen son mis guardaespaldas. Los mandé para cuidarte.

Micaela se quedó helada unos segundos, mirando la camioneta negra. En ese momento, vio que de la camioneta bajaba un hombre que le resultó conocido: Tomás, uno de los escoltas que siempre acompañaban a Gaspar.

El alivio la inundó de golpe. Así que eran los hombres de Gaspar.

—Discúlpame, no quise asustarte —la voz de Gaspar sonó en el altavoz.

—Para la próxima, avísame antes —le pidió Micaela, aún sacudiéndose el susto.

—Claro.

—Bueno, ya está todo bien. Te cuelgo —dijo Micaela, intentando sonar tranquila.

—Voy saliendo de la oficina, paso por Pilar. Tú vete directo a casa —le avisó Gaspar.

Micaela miró la hora. Por haber dado tantas vueltas, ya iba tarde.

—Gracias —murmuró, casi por instinto, sintiéndose por fin a salvo.

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