—De ahora en adelante, no contestes ninguna de sus llamadas —ordenó Gaspar con voz gélida.
—Entendido. —Enzo colgó y continuó con su informe.
Samanta miró la pantalla de su celular, la llamada cortada por Enzo. Su corazón se hundió hasta el fondo del abismo. ¿Acaso Gaspar ya no quería verla nunca más? Lágrimas de humillación brotaron de sus ojos, pero su rostro reflejaba una expresión desafiante. Respiró hondo y marcó el número de Leandro. Era su última esperanza.
—Leandro, ¿estás ocupado? —preguntó con la voz entrecortada.
—¿Qué pasa, Samanta? ¿Alguien te hizo algo? —La voz de Leandro al otro lado de la línea sonaba preocupada.
—Nadie me hizo nada, es solo que la empresa de mi padre tiene algunos problemas. ¿Podrías… podrías ayudarlo?
—¿El Grupo Báez? —Era evidente que Leandro estaba al tanto de todo.
—Sí, las acciones de la empresa de mi padre tienen algunos problemas, ¿podrías…?
Leandro la interrumpió.
—Samanta, no es que no quiera ayudarte, pero en la situación actual del Grupo Báez, cualquiera que se meta se va a quemar las manos.
—Leandro, si estuvieras dispuesto a invertir capital…
Leandro la interrumpió de nuevo.
—Samanta, he analizado la situación de la empresa de tu padre. Mira, le voy a dar un consejo: que se declare en bancarrota cuanto antes. Así deberá menos dinero.
El corazón de Samanta se congeló por completo. Soltó una risa amarga.
—Leandro, ¿ni siquiera por mí estás dispuesto a ayudar?
Hubo un silencio de unos segundos, y de repente, el tono de Leandro se volvió frío.
—Samanta, a mí nunca me han faltado mujeres, y mucho menos mujeres que sepan tocar el piano. ¿Entiendes?
Aquellas palabras fueron como una bofetada en pleno rostro. Finalmente entendió que, para Leandro, ella no era más que un juguete.
—Samanta, no te preocupes. Cuando tu familia se arruine, yo te mantendré —añadió él, a modo de consuelo.
Samanta escuchó el tono de la llamada finalizada, y de pronto le faltó el aire. Se quedó completamente rígida.
Comparado con la crueldad manifiesta de Gaspar, Leandro era como una serpiente venenosa, astuta y desalmada. Aún menos confiable.

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