Apenas Samanta se había ido un momento cuando una voz femenina, cargada de urgencia, se escuchó desde afuera de la puerta.
—¿Disculpen, la señorita Samanta está aquí?
Micaela se giró hacia la entrada. Una muchacha sostenía un enorme ramo de rosas frente a la puerta.
Quizá al notar la tensión en el ambiente, la joven se apresuró a decir con una sonrisa corta:
—Perdón, no quise interrumpir.
Luego, se retiró con el ramo entre los brazos.
Micaela no necesitó adivinar quién había enviado esas flores.
Gaspar, por su parte, no mostró ni un asomo de culpa; con voz tranquila comentó:
—Esta noche mi mamá cuidará a Pilar, así que no tienes por qué preocuparte.
—Dile a tu hermana que lleve a Pilar al backstage, quiero llevarme a mi hija a casa —le soltó Micaela, mirándolo de frente.
—Mejor deja que Pilar se quede y vea el concierto hasta el final —insistió Gaspar.
—Si no llamas, yo misma la busco —replicó Micaela, cansada de esperar algo de él. Gaspar parecía más que dispuesto a que su hija presenciara la presentación de Samanta, deseando que la niña terminara admirándola aún más, como si ya estuviera preparando el terreno para que Samanta tomara el lugar de su madre.
Sin esperar respuesta, Micaela salió decidida del salón. En el pasillo, Emilia ya la esperaba.
—¿Tu hija está ahí dentro? —le preguntó Emilia al acercarse.
—No está —respondió Micaela, y en ese instante pensó en alguien que podría ayudarle.
Jacobo.
Quizá él también estaba en el lugar.
...
Mientras tanto, Samanta estaba en plena preparación cuando vio que la joven de las flores se acercaba. En su mirada se encendió una chispa de expectativa: ¿Serían esas flores de Gaspar?
—Señorita Samanta, un cliente pidió que le entregáramos este ramo desde nuestra florería —anunció la empleada con una sonrisa.
La asistente de Samanta tomó las flores y Samanta sacó la tarjeta de felicitación que venía con ellas. Su sonrisa se congeló unos segundos al leer el mensaje.
Quien las enviaba no era Gaspar.
Era Lionel.
—Deja las flores ahí —ordenó Samanta a su asistente, reprimiendo cualquier distracción. Su gran momento en el escenario estaba por llegar y no podía permitirse perder el enfoque.
...
Micaela llegó a la entrada del gimnasio y, guiándose por la ubicación que le había mandado Jacobo, buscó entre la multitud hasta encontrar a su hija. Pilar estaba sentada en el regazo de su abuelita, jugando con dos varitas de luz.
A un lado de Adriana estaban Jacobo y Lionel, y también la pareja que habían conocido la vez pasada. Por lo visto, todos los asientos de esa zona estaban ocupados por familiares y amigos cercanos de Gaspar.
La llegada de Micaela sorprendió a Damaris.
Micaela avanzó hacia su hija, pero de pronto tropezó; casi se fue de bruces, pero una mano firme la sostuvo del brazo y la ayudó a recuperar el equilibrio.
Era Jacobo.
La luz tenue apenas dejaba ver la expresión de preocupación en su mirada.
Micaela le dedicó una sonrisa agradecida y se dirigió a su hija:
—Pilar.
—¡Mamá! —Pilar saltó feliz, extendiendo los brazos. Micaela la tomó en brazos y le preguntó:
—¿Quieres que salgamos a tomar aire un rato?
El lugar era un caos de ruido, y Pilar ya estaba fastidiada.
—Ya no quiero estar aquí, mamá. ¡Llévame afuera! Quiero ir a comprar juguetes.

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