Cuando llegó a casa, sus padres aún no habían vuelto. Lara fue al baño y se frotó el cuerpo con fuerza, como si quisiera arrancar la sensación de suciedad.
Por ahora, solo podía ir paso a paso. No podía enfrentarse a Santiago a menos que no tuviera otra opción.
—
La crisis del Grupo Báez se extendía y, al atardecer, llegaron más noticias desfavorables.
Micaela estaba de compras con su hija en un centro comercial. Pilar iba delante, eligiendo cosas, juguetona e inocente.
Detrás de Micaela, Tomás y dos de sus hombres se mezclaban con los clientes, vigilando los alrededores.
Ir de compras era una actividad relajante. La tierna mirada de Micaela seguía la vivaz figura de su hija. La pequeña estaba parada frente a un estante de chocolates, con los ojos llenos de anhelo. Se giró hacia su madre.
—Mamá, ¿puedo comprar un chocolate? —Tras preguntar, levantó un dedito a modo de promesa—. Solo uno.
La adorable expresión de su hija hizo sonreír a Micaela. Asintió.
—Está bien, escoge uno.
—Gracias, mamá. —Pilar se volvió feliz hacia los chocolates para elegir su sabor favorito.
En ese momento, Micaela vio de reojo una figura alta que salía de detrás de un estante. Gaspar había aparecido de la nada y ahora caminaba tranquilamente hacia ellas.
Iba vestido con un traje formal, como si acabara de salir de una reunión importante.
—Papá. —Al verlo, Pilar se olvidó de su amado chocolate, corrió a abrazarle la pierna y, sin esperar, lo tomó de la mano—. Papá, mamá me dejó comprar un chocolate. ¡Ven a ayudarme a escoger!
Gaspar, con una ternura infinita, se dejó llevar por su hija, su semblante habitualmente duro se suavizó por completo.
Al pasar junto a Micaela, la miró y sus miradas se encontraron en el aire. Con voz grave y cálida, dijo:
—Acabo de desocuparme. Vine a ver cómo estaban.
Micaela no dijo nada, y Gaspar se fue con su hija a elegir el chocolate.
Tomás y sus hombres, al ver la escena, se retiraron discretamente a un lugar menos visible, dándole espacio a su jefe.


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