Todos estaban animados, y Micaela decidió simplemente disfrutar el espectáculo, deseando que después de divertirse, el grupo se dispersara pronto.
El mesero cubrió tres botellas de vino con un paño, y en la charola sirvió tres copas. Los participantes solo tenían que identificar el sabor principal del vino que les tocara.
Gaspar fue el primero en ser animado a jugar. Tomó una copa de vino tinto, la agitó suavemente y bebió un sorbo. Su voz sonó tranquila:
—Grosella negra.
—¡Correcto! Siguiente.
En un abrir y cerrar de ojos, Samanta se encontró en el centro de atención. Tomó la copa con elegancia, la giró y mordió sus labios rojos.
—¿Será sabor a barrica de roble?
Lionel destapó la botella oculta con una sonrisa.
—Señorita Samanta, ¿cómo es que esta vez se equivocó?
Samanta frunció el ceño con una expresión de súplica.
—Señor Lionel, por favor, no sea tan severo conmigo.
—¡Tu castigo será beber esta copa! —rio Lionel.
Samanta miró la copa, y con una expresión de apuro, se cubrió la boca y tosió suavemente.
—Yo la tomo por ella —se escuchó una voz.
Gaspar se adelantó y, sin vacilar, tomó la copa frente a Samanta y la bebió de un solo trago.
Micaela observó la escena con indiferencia. Sabía muy bien que Samanta era experta en provocar lástima en Gaspar.
Bajo la luz, las mejillas de Samanta se tiñeron de un leve rubor. Miró a Gaspar.
—Gracias.
Pronto fue el turno de Ramiro. Levantó su copa, probó un poco y se animó:
—Voy a adivinar, ¿tendrá sabor a grafito? No estoy seguro.
—¡Adivinaste! Eso sí es tener suerte.
Entonces llegó el turno de Micaela. Lionel casi había olvidado que ella estaba allí y se sorprendió. Una de las señoras amigas de Samanta sonrió:
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