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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 1236

Micaela miró la hora; todavía era temprano.

—Vamos a comer cerca del laboratorio —le dijo.

Gaspar asintió, dejó el iPad y se levantó con agilidad.

—Yo manejo.

Anoche, Micaela se había desvelado demasiado y ahora sentía la cabeza un poco pesada. Necesitaba descansar para poder estar lúcida en la junta de la tarde.

Durante el trayecto, se sentó en el asiento trasero y cerró los ojos para descansar. Gaspar no la molestó, aunque de vez en cuando la observaba por el retrovisor.

Se detuvieron en un restaurante justo enfrente del laboratorio. En cuanto Gaspar estacionó el carro, Micaela se despertó. Se frotó las sienes y, al levantar la vista, se encontró con un par de ojos profundos. Gaspar la estaba mirando por el retrovisor.

Sus miradas se cruzaron bruscamente en el espejo. Micaela fue la primera en apartar la vista.

—¿Llegamos? —preguntó mientras se arreglaba el pelo.

—Sí —respondió Gaspar. Se desabrochó el cinturón de seguridad, bajó primero y luego le abrió la portezuela.

Entraron al restaurante. El lugar tenía una decoración elegante y muchos empleados del laboratorio solían comer allí.

En ese momento, junto a un ventanal, un par de ojos se quedaron fijos en ellos por unos segundos, paralizados por la sorpresa.

Era Lara Báez.

Aunque la familia Báez estaba en la ruina, ella había logrado conservar su trabajo en el proyecto de aplicaciones civiles. Ahora que su padre había huido del país para evadir a sus acreedores, ella y su madre se habían mudado de la gran mansión familiar a un departamento que rentaban cerca del laboratorio.

Habían vendido todo lo de valor, incluido su llamativo Bentley deportivo.

Lara no esperaba encontrarse a Micaela y Gaspar allí. El presidente del Grupo Ruiz, siempre tan distante e inalcanzable, ahora le estaba acercando la silla a Micaela con un gesto tierno y elegante.

Aunque el Grupo Báez había quebrado y ella había caído en desgracia, soportando miradas de desdén y burlas, y a pesar de que los rumores decían que la quiebra había sido obra de Gaspar, Lara no podía odiar a ese hombre.

Justo en ese instante, la mirada de Gaspar recorrió el restaurante con indiferencia y se cruzó con la de Lara. Ella bajó la cabeza de inmediato para evitar su mirada, con el corazón latiéndole como un tambor.

Aun después de la humillación que había sufrido la última vez que lo llamó «cuñado» y de saber que él nunca había tenido en cuenta ni al Grupo Báez ni a ella, esa admiración casi enfermiza por el poder la hacía sentirse fascinada por Gaspar.

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