Poco después, sonó el celular de Gaspar. Salió a contestar una llamada. Micaela levantó la vista para mirarlo. Al regresar, Gaspar la miró con calma.
—No era nada importante.
En otras palabras, nada era más importante que acompañarla mientras le ponían el suero.
Micaela tenía la mente un poco en blanco. El esfuerzo mental reciente hacía que la fiebre le provocara mareos. Afortunadamente, había logrado terminar la junta, y el equipo del director Ismael ya podía planificar mejor los siguientes pasos del tratamiento.
Media hora después, una enfermera vino a quitarle la aguja. Micaela se presionó el algodón en el dorso de la mano. Quizá por haber estado sentada tanto tiempo, al levantarse sintió un mareo y cerró los ojos instintivamente. Gaspar la sujetó del brazo casi al instante.
—¿Puedes caminar? —le preguntó con voz grave.
Micaela asintió y se soltó. Gaspar la observó mientras caminaba delante de él. Sus pasos eran visiblemente inestables. Él la siguió de cerca, sin apartarle la vista de encima.
***
Gaspar llevó a Micaela a casa. Como Sofía se había tomado el día libre y Pilar no estaba, no se sentía tranquilo dejándola sola.
—Entraré contigo. Me iré cuando vuelva Sofía —dijo Gaspar en la puerta.
—No es necesario, puedo cuidarme sola —respondió Micaela, negando con la cabeza.
Aunque le agradecía que la hubiera acompañado al hospital, no quería causarle más molestias.
—Micaela, no seas necia —dijo Gaspar frunciendo el ceño, con un tono autoritario que no admitía réplica—. En tu estado, no me quedo tranquilo si te quedas sola.
Micaela se enfrentó a su mirada, insistiendo:
—Te he dicho que puedo sola.
Gaspar la miró, su rostro pálido pero obstinado, y se quedó sin palabras por un segundo. De repente, dio un paso hacia ella, con voz frustrada.
—Te prometo que solo me aseguraré de que estés bien. No te haré nada.
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