¡Ding-dong! El sonido del timbre sacó a Gaspar de sus pensamientos. Se levantó, caminó hacia la puerta y la abrió. Un repartidor le entregó una bolsa con la comida.
Gaspar la tomó y la llevó a la mesa del comedor. Levantó la vista hacia el segundo piso, colocó los tres platillos y la sopa en la mesa y luego subió a llamarla.
Micaela estaba concentrada en la pantalla, analizando una serie de datos, tan absorta que no se dio cuenta de que había alguien en la puerta.
Bajo la cálida luz de la lámpara de escritorio, Micaela apoyaba la barbilla en la mano, completamente inmersa en el océano de datos. Unos mechones de pelo caían sobre su rostro de perfil suave, y su ceño estaba ligeramente fruncido.
La escena se superpuso con la imagen que Gaspar guardaba en su memoria: la de aquella chica que leía en silencio en la biblioteca.
Las emociones que habían aflorado con sus recuerdos volvieron a golpear su corazón. Respiró hondo, borrando cualquier rastro de agitación de su mirada, levantó la mano y golpeó suavemente la puerta con los nudillos dos veces.
El sonido sobresaltó a Micaela, que se giró hacia la puerta.
—Llegó la comida. Baja a comer algo —le dijo Gaspar.
Micaela miró la hora; sin darse cuenta, había pasado media hora trabajando. Se levantó y caminó hacia la puerta, recogiéndose el pelo detrás de la oreja con un gesto casual.
Esa Micaela, tan natural y despreocupada, transmitía, sin embargo, una sensación de distancia invisible.
Al bajar, Micaela vio los platos cuidadosamente dispuestos sobre la mesa. Fue a la cocina a servir dos vasos de agua.
Se sentaron uno frente al otro, en silencio.
Comieron tranquilamente. Micaela no tenía mucho apetito. Había dos tazones de avena de cortesía; tomó uno y se lo bebió, pero apenas probó los platos de la mesa.
Gaspar la acompañó hasta que terminó. Entonces, él también dejó su tenedor.
—Ve a descansar, yo recojo.
—Cuando te vayas, cierra la puerta, por favor —le dijo Micaela con calma, dándose la vuelta para subir de nuevo.
—No te quedes hasta muy tarde —le recomendó Gaspar desde atrás.
Los pasos de Micaela se detuvieron por un instante, pero no se giró. Solo respondió con un suave «ajá».

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