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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 1276

Micaela siguió a Anselmo por un largo pasillo hasta su estudio. Era una habitación espaciosa donde destacaba una vitrina que ocupaba toda una pared, exhibiendo ordenadamente todo tipo de trofeos, medallas y reconocimientos.

—¿Todo esto lo ganaste tú? —preguntó Micaela, asombrada.

Anselmo sonrió levemente.

—La mayoría. Pero también hay algunas de mi papá de cuando era joven.

Micaela se detuvo frente a una medalla que llamaba especialmente la atención. La observó con detenimiento. Era una Medalla al Mérito de Primera Clase.

—La conseguí hace cinco años, en una misión en la frontera —explicó Anselmo con calma. Sonrió con un aire de nostalgia; después de todo, en esa ocasión también estuvo a punto de no volver. Fue su equipo el que no se dio por vencido con él.

Igual que esta vez, cuando arriesgó su propia vida para traer de vuelta a sus hombres. Nunca abandonar, nunca rendirse.

A Micaela se le encogió el corazón. Obtener un honor así demostraba la enorme dificultad de la misión.

Siguió avanzando y vio varias medallas similares. Finalmente, llegó a una pared cubierta de fotografías. Lo primero que vio fue a un Anselmo de unos veinte años, recostado en una cama de hospital, cubierto de vendas, pero sonriendo con entusiasmo a la cámara junto a sus compañeros.

—Esta foto es de cuando tenía veinte años —explicó él. En ese entonces se veía aún más joven, como un chico alegre y lleno de vida.

Micaela se quedó admirando las fotos durante varios minutos, una mezcla de emociones la invadió. Sentía compasión por todo lo que Anselmo había pasado, pero también una profunda admiración por su fortaleza. Detrás de cada uno de esos honores se escondía el valor de haber enfrentado a la muerte una y otra vez.

También notó el enorme librero del estudio, lleno de libros, lo que demostraba que Anselmo era una persona estudiosa. Su excelencia no se limitaba al ámbito militar, sino que se reflejaba en su constante afán de aprender y superarse.

—Qué bueno que ambos encontramos algo que nos apasiona y vivimos por nuestros ideales —dijo Anselmo con un suspiro. Aunque su camino había estado trazado desde el principio, a veces se preguntaba cómo sería su vida si hubiera elegido ser una persona común.

Pero una vez que tomas un camino así, tienes que seguirlo hasta el final.

De pronto, Micaela comprendió la intención de Anselmo al llevarla a su estudio.

«Me está mostrando todo esto para decirme que, al final, nuestros caminos son distintos».

Entendió que Anselmo tenía su propio destino que seguir. Hay lazos que no se deben forzar. A veces, basta con comprenderse y apoyarse mutuamente, y eso ya es un regalo.

Anselmo, como si recordara algo, se acercó a una vitrina de maquetas y sacó el modelo de tanque más pequeño.

—Dale esto a Pilar de mi parte. Le prometí que le regalaría un tanquecito.

Micaela tomó el modelo en miniatura, exquisitamente fabricado, y asintió con una sonrisa.

—Claro.

Se quedaron un rato más y luego Anselmo le dijo:

—Creo que ya deberíamos volver.

No quería que alguien se impacientara.

***

Capítulo 1276 1

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