Micaela tomó su celular y bajó. Al cruzar el vestíbulo, una figura que cargaba una pila de documentos se dirigió hacia ella: era Lara Báez.
Al ver a Micaela, su rostro se tensó.
Micaela, por su parte, pasó junto a ella con naturalidad. Lara se dio la vuelta con los documentos en brazos y vio un carro negro estacionado en la entrada del laboratorio.
En ese momento, la ventanilla bajó, revelando a Gaspar en el asiento del conductor.
Micaela abrió la puerta del copiloto y subió sin más. La ventanilla se cerró y el lujoso carro se alejó.
La escena encendió a Lara de celos. Apretó con fuerza los documentos. ¿Desde cuándo la relación entre Micaela y Gaspar había vuelto a ser así?
Era la hora del almuerzo. ¿Acaso iban a una cita privada?
«¿Volverán a casarse?». La idea se le clavó en el corazón como una serpiente venenosa. Lara no olvidaba las veces que se había burlado de Micaela, diciendo que su título de esposa del hombre más rico era una farsa, o mofándose de su abandono. Y ahora, apenas dos años y medio después, Micaela y Gaspar daban señales de una posible reconciliación.
¿Acaso Micaela volvería a ser la señora Ruiz?
El pecho de Lara subía y bajaba con agitación. ¿Por qué Micaela merecía todo eso?
Recursos ilimitados para investigar, el estatus de señora Ruiz, la investigadora principal de un proyecto clave… cada uno de esos títulos era algo que ella, en ese momento, ni siquiera podía soñar con alcanzar.
Y lo peor era que esa Micaela tan deslumbrante apenas tenía veintiocho años. El destino había sido demasiado generoso con ella.
***
En el carro, Gaspar le preguntó a Micaela:
—¿Qué se te antoja comer?
—Lo que sea —respondió ella sin darle importancia. En cambio, preguntó con curiosidad—: ¿De qué querías hablar conmigo?
Mientras esperaba en un semáforo, Gaspar tomó un documento del asiento trasero y se lo entregó.
—Es el borrador de los estatutos de la fundación de investigación en neurociencia. Échale un ojo y me das tu opinión.
Micaela se sorprendió. No esperaba que actuara tan rápido. Tomó el documento y lo revisó. Los términos eran tal como él los había prometido: otorgaban una enorme autonomía al científico principal. La cantidad de financiamiento inicial era de veinte mil millones de pesos.
Su mirada se detuvo en esa cifra por un largo rato. Luego, levantó la vista hacia Gaspar, con un tono de asombro en la voz.
—Esta cantidad… ¿no es demasiado?
Gaspar la miró con calma.
—Se determinó después de una evaluación profesional. Tu investigación requiere una inversión a largo plazo, y este capital garantizará que no tengas limitaciones de presupuesto en los próximos cinco años.
—Pero… —Micaela intentó decir algo más.
—No te preocupes por el origen de los fondos —la interrumpió Gaspar—. La cámara de comercio ya aprobó el presupuesto.
Micaela siguió leyendo el documento y descubrió que, además del generoso financiamiento, los estatutos estipulaban que el equipo de investigación tendría la propiedad total de los resultados. La fundación solo se reservaría el derecho de supervisión. Condiciones así eran prácticamente inauditas en el mundo académico.

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