Su mirada profunda, a través del borde de la copa, se fijó intensamente en la mujer que tenía enfrente. En sus ojos, además del efecto del alcohol, parecía esconderse algo más.
Luego, los demás se acercaron a brindar con Ramiro. Al fin y al cabo, él era el líder del equipo y el principal artífice del éxito. Ramiro, que claramente no era bueno para negarse, sonreía mientras aceptaba las copas. No era muy bebedor y el alcohol se le subía enseguida a la cara. En poco tiempo, su rostro ya estaba sonrojado.
En ese momento, Micaela vio que alguien más se acercaba para brindar. Pensando que la resistencia de Ramiro no era tan buena como la de Gaspar, que estaba enfrente, le dijo con una sonrisa a la persona que se acercaba: —Ya déjenlo en paz a Ramiro, ¿no?
Antes de que Ramiro pudiera reaccionar, el hombre del otro lado de la mesa apretó los dedos alrededor de su copa.
Su mirada profunda se clavó en el rostro de Micaela, observándola mientras defendía a Ramiro con una sonrisa radiante, como una novia atenta y cariñosa, mostrándole un cuidado y una preocupación especiales.
Podía mostrarle a Ramiro esa preocupación y protección de forma tan natural, pero con él… siempre mantenía una barrera, una distancia casi imperceptible.
Gaspar bajó la mirada. Sus densas pestañas proyectaron una pequeña sombra, ocultando la corriente oscura que se agitaba en sus ojos.
En ese momento, un empleado a su lado, muy atento, le rellenó la copa.
Él levantó la cabeza y se bebió el contenido de un solo trago, un gesto que dejaba entrever una pizca de frustración.
El licor fuerte le quemó la garganta al bajar, pero no fue suficiente para apagar la intensa oleada de celos que sentía en el pecho.
Enzo, a unos asientos de distancia, notó la situación. Se levantó, se acercó y le dijo en voz baja: —Señor Gaspar, ha bebido bastante esta noche. ¿Quiere que lo lleve a casa a descansar?
Gaspar no respondió. Simplemente dejó la copa y comenzó a servirse comida con el tenedor. Era evidente que no tenía intención de irse.
Enzo no tuvo más remedio que volver a su sitio.
Micaela también percibió el estado de ánimo del hombre de enfrente. La gente que quería brindar con Ramiro se dispersó discretamente. Ramiro, algo mareado, bebía agua. Micaela, por su parte, miró al hombre del otro lado de la mesa y lo vio reclinado en su silla, con los ojos ligeramente cerrados y el ceño fruncido.
Bajo la luz, su piel pálida tenía un rubor provocado por la bebida. Era obvio que había bebido de más.
Ella frunció el ceño y desvió la mirada en silencio.
Cuando Gaspar abrió los ojos, se encontró justo con la mirada de Micaela apartándose de él. Entrecerró los ojos.
Podía sonreírle a Ramiro con tanta naturalidad, preocuparse por él tan directamente, pero a él… ¿era tan tacaña que ni siquiera le ofrecía una simple palabra de consuelo?

VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica