—Tranquila —Gaspar sonrió resignado, le revolvió el cabello a su hija y subió las escaleras.
A las cinco y media, la empleada llegó a avisarle a Micaela que en diez minutos toda la familia saldría a cenar fuera.
El restaurante elegido era uno de los más elegantes del centro. Acababa de pasar Navidad, así que las calles todavía rebosaban ese ambiente festivo, y la familia entera iba de muy buen humor.
Al llegar, Pilar se acomodó juiciosa en el regazo de Gaspar, mirando curiosa a todos lados.
—Papá, señorita Samanta, vi a la señorita Samanta —exclamó Pilar, señalando con su dedito hacia un rincón.
Siguiendo la dirección que marcaba su hija, Micaela identificó a una figura junto a la ventana, levantándose con su bolso en mano. ¿Quién más podía ser sino Samanta?
—¿Samanta? ¡Qué coincidencia, también viniste a cenar aquí! —Damaris no pudo ocultar su sorpresa.
—¡Qué casualidad! ¿Y ustedes qué hacen por aquí? —Samanta también se mostró extrañada.
—¿Ya te vas? —preguntó Damaris.
—Mi amiga me acaba de llamar para decirme que no podrá venir, así que justo me iba —contestó Samanta, y le sonrió a Pilar—. Pilar, hasta luego. La próxima vez la señorita te lleva a comer algo rico, ¿te parece?
—Señorita Samanta, no te vayas —pidió Pilar, estirando los brazos con ansiedad.
—Samanta, nosotros apenas llegamos. ¿Por qué no cenas con nosotros? —insistió Damaris, deteniéndola.
Micaela observaba la escena con calma. Nadie más parecía notarlo, pero ella lo tenía claro: Samanta había llegado al restaurante antes a propósito, y justo cuando ellos entraron, fingía que se iba. Incluso llevaba un maquillaje impecable.
¿Esto era idea de Gaspar? ¿Había planeado que su amante se les cruzara en la cena familiar? Qué manera tan rebuscada de manejar las cosas.
—No se preocupe, señora, es su cena familiar. No quiero incomodar —respondió Samanta con una sonrisa.
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