Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 169

Debajo de ese apartado, estaba detallado el tema de la pensión alimenticia. Micaela vio que la cantidad mensual que Gaspar debía pagar ascendía a trescientos mil pesos.

Por un lado, Micaela soltó el aire que tenía contenido, pero al mismo tiempo no pudo evitar jadear de sorpresa.

¿Gaspar iba a pagar semejante cantidad por la pensión?

Un momento, ¿qué decía después?

Micaela observó cómo Carlos hojeaba los siguientes apartados y, de pronto, él alzó la mirada, sorprendido, fijando los ojos en Gaspar que estaba al otro lado de la mesa.

También Micaela frunció el entrecejo; ella había pedido salir del matrimonio sin nada, entonces, ¿por qué ese hombre insistía en darle tanto dinero?

Las páginas del contrato parecían interminables, llegaban a veinte en total. En ellas aparecían nombres de empresas, acciones, porcentajes de propiedad... todo tan enredado que Micaela no lograba entender ni la mitad.

Carlos también tragó saliva en silencio. Haciendo cuentas rápidas, la propuesta de Gaspar no era poca cosa: con ese divorcio, Micaela podría entrar directo al top diez —o hasta al top tres— de las mujeres más adineradas de Ciudad Arborea.

—Sr. Gaspar, si no hay cambios de su parte en este contrato de divorcio, vamos a requerir un poco de tiempo para procesarlo —comentó Carlos, intentando mantener la calma.

El patrimonio de Gaspar era un misterio; nadie afuera tenía idea de a cuánto ascendía, mucho menos de dónde salía tanto.

Gaspar no apartaba la mirada de Micaela, como si desde el principio no hubiera despegado los ojos de ella.

Micaela también le sostuvo la mirada, confundida y un poco inquieta. No entendía a qué estaba jugando ese hombre.

Los ojos de Gaspar, rojos de cansancio, no parpadeaban. En ellos se escondía una maraña de emociones imposibles de descifrar.

Sin embargo, durante todo ese proceso, él se mostró sumamente sereno. Era como si todo le resultara indiferente, como si no hubiese ni una pizca de resentimiento hacia Micaela.

Ese aire tranquilo puso a Micaela aún más nerviosa. Jamás le había visto perder los estribos, ni una sola vez lo había visto explotar de verdad.

Toda su inteligencia y su parte más dura él sabía disfrazarlas con modales impecables y gestos elegantes. Por eso, Micaela nunca había presenciado hasta dónde podía llegar ese hombre.

¿Qué era lo que pretendía?

—Señorita Micaela, vámonos —le dijo Carlos con voz suave.

Ella asintió, se puso de pie sin mirar de nuevo a Gaspar y salió junto a Carlos del despacho.

En cuanto se marcharon, Martín dirigió su atención a Gaspar.

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