Las palabras de su amiga dejaron a Micaela pensativa. Ahora mismo, la verdad, no tenía las mejores condiciones para pelear por la custodia.
—¡Mira que yo siempre prefiero ver a las parejas juntas y no separadas! —aventó Emilia, inclinándose hacia ella—. Con alguien como Gaspar, seguro que anda de ojo alegre. Mejor relájate, no vayas a enfermarte de coraje. ¿Por qué no le das otro hijo?
Micaela levantó la cabeza y sonrió con una tranquilidad inesperada.
—Sin él, me irá mucho mejor.
En ese momento, su celular vibró en la mesa. Se levantó a contestar.
—¿Bueno? Joaquín.
—Mica, ¿tienes un momento? Vente al edificio del laboratorio, vamos a tener una reunión.
—Claro, ya voy para allá.
El encuentro lo encabezaba el Dr. Leiva en persona. Como leyenda de la medicina nacional, tenía la influencia suficiente para convocar a todos los laboratorios recién fundados por el Instituto Nacional de Investigación Médica. Nadie se atrevía a decirle que no.
Cuando Micaela llegó, Joaquín le hizo señas para que tomara asiento a su lado. En ese instante, reconoció a cuatro personas más: eran sus excompañeros de la Universidad de Medicina de Ciudad Arborea.
Ella había tramitado su baja en el segundo año, justo cuando se enteró de su embarazo. Después nació su hija y, para los demás, simplemente desapareció en el mundo doméstico.
Al verla entrar en la sala, sus antiguos compañeros no ocultaron la sorpresa, ni la desconfianza, en sus miradas.
Terminada la reunión, Micaela salió apurada: tenía que recoger a su hija. Detrás de ella, una voz familiar la alcanzó.
—¡Micaela, tanto tiempo! ¿Ya van casi seis años, no?
Micaela le sonrió a Verónica.
—Sí, ya pasó mucho.
—¿Y tú qué haces en esta reunión? —preguntó una chica alta con voz curiosa.
—Dr. Leiva me invitó —respondió Micaela, tranquila.
Recordó perfectamente a Lara Báez: compañera de clase, lista y con una presencia que no pasaba desapercibida.
Micaela miró su reloj.
Gaspar se agachó, le revolvió el cabello y le plantó un beso en la frente.
—¿Te portaste bien hoy?
—¡Sí! ¡Comí todo y la maestra me dijo que soy la estrella de los platos limpios! —Pilar soltó con orgullo.
Gaspar le pellizcó la mejilla con cariño.
—¿En serio? Deja que me duche y bajo a jugar contigo.
—¡Va! —Pilar volvió a sentarse frente al televisor.
Micaela, que tenía el olfato muy sensible, percibió enseguida el aroma sutil de un perfume extraño y sintió un rechazo inmediato.
Así que, después de negarse la noche anterior a sus exigencias, él ya había corrido a buscar consuelo con Samanta.
...
A las nueve, Micaela estaba en el estudio del tercer piso, concentrada en un informe. De repente, escuchó que abrían la puerta. Pensó que era su hija, pero quien entró fue Gaspar.

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