A las seis y media, Micaela y Emilia entregaron las invitaciones y entraron al vestíbulo.
Apenas entraron al elevador, antes de que las puertas se cerraran, un mesero asomó la cabeza.
—Perdón, hay alguien más que va a subir.
Luego, el mesero sonrió hacia afuera.
—Señorita, adelante.
Micaela y Emilia seguían platicando, pero al levantar la mirada, vieron que Samanta, enfundada en un elegante vestido blanco de noche, entraba con porte distinguido.
Al toparse con ellas dos dentro del elevador, los ojos de Samanta brillaron con sorpresa.
Ver a Micaela y Emilia en una fiesta tan formal y exclusiva la desconcertó por completo.
¿Qué hacían ellas aquí?
Emilia miró a Micaela, tan sorprendida como Samanta: ¿acaso también habían invitado a Samanta?
—¡Qué coincidencia! ¿Ustedes también vienen a la cena? —Samanta fue la primera en romper el silencio, observando a las dos.
Emilia sonrió, con un tono entre broma y picardía.
—Al ver a la señorita Samanta tan arreglada, seguro que hoy nos va a deleitar con algún show, ¿no?
El gesto de Samanta se endureció de inmediato; la indirecta de Emilia la molestó, pues sonaba a burla, como si la considerara simple entretenimiento.
Sin ganas de seguir la plática, Samanta les dio la espalda, altiva y distante.
El elevador llegó al tercer piso. Samanta salió primero, con la cabeza en alto, y Emilia y Micaela la siguieron.
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