De vez en cuando, Micaela aprovechaba cualquier pretexto de trabajo para aparecer cerca de Gaspar. La intención era más que obvia.
—Señorita Samanta, la acompaño arriba —la recepcionista la recibió con entusiasmo.
Samanta sonrió apenas, tomó su bolso y se dirigió hacia el elevador privado de Gaspar.
Por la tarde, Micaela asistió a una junta de InnovaCiencia Global. Apenas salió del baño, vio a Gaspar y Leónidas conversando frente a la sala de reuniones.
Verlo dos veces en un solo día le resultaba bastante incómodo.
Micaela pasó de largo y entró directo al salón. Lara, al verla llegar, apretó las manos debajo de la mesa. No esperaba que InnovaCiencia Global aún considerara a Micaela como parte del equipo central de tecnología.
Enseguida, Lara notó la llegada de Gaspar. Se le iluminó la mirada, ansiosa por ver cómo se comportaría Micaela, su exesposa, en esa situación.
Gaspar tomó asiento con total despreocupación justo frente a Micaela, quedando cara a cara.
Leónidas presentó dos avances recientes que eran todo un salto para el equipo. Micaela escuchó con atención; después de todo, seguían usando la base de su teoría para avanzar.
Al terminar la junta, Leónidas no pudo evitar elogiar una vez más la fuerza de la teoría de Micaela. Gaspar se levantó y fue directo hacia ella.
Le extendió la mano.
—Señorita Micaela, gracias por todo lo que ha aportado a InnovaCiencia Global.
Micaela bajó la mirada y observó esa mano. Era una mano elegante, de dedos largos y bien formados, el equilibrio perfecto entre fuerza y delicadeza.
Hubo un tiempo en que le encantaba esa mano. Ahora, la detestaba.
Porque esa mano había tocado a la mujer que más odiaba.
Micaela giró y rechazó el apretón de manos.
La escena sorprendió a todos los presentes. Más de uno empezó a especular que tal vez el divorcio entre Micaela y Gaspar había terminado de la peor manera.
Lara observó a Micaela con desdén. ¿De qué se sentía tan importante? Pronto, cuando InnovaCiencia Global tuviera éxito y amasara una fortuna, la que gozaría de todo eso sería su hermana.
...
Al salir, Micaela notó que una tormenta caía de improvisto. Su carro estaba en el estacionamiento exterior y, con esa lluvia, ni siquiera podía acercarse sin empaparse.
Justo cuando pensaba regresar a la recepción para pedir un paraguas, una sombrilla apareció sobre su cabeza. Giró y vio a Gaspar a su lado, sosteniéndola.
—Te llevo hasta tu carro —le dijo.
—No hace falta, puedo pedir un paraguas —respondió Micaela, incómoda.
—Solo queda esta. Es la única en recepción —aseguró Gaspar.
Micaela se quedó sin palabras. Le creyó.
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