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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 277

La publicación de Jacobo en redes sociales desapareció rápido, pero para entonces, todos en su círculo ya la habían visto.

Incluyendo a Samanta y a Adriana.

Sobre todo Adriana. Al ver aquella publicación, se quedó en blanco varios segundos. ¿Para quién había cocinado Jacobo? ¿Quién era esa persona que lo hacía sentir tan feliz?

El mensaje se publicó a las ocho y media de la noche. Eso quería decir… ¿Esa persona se iba a quedar a dormir esa noche en su casa?

¿Iban a pasar juntos una noche perfecta?

Mientras Adriana enredaba su mente en pensamientos que le cortaban la respiración, su celular vibró. Era una llamada de Samanta.

Se obligó a inspirar hondo, contestó con la voz apagada.

—¿Hola? Samanta…

—¿Viste lo que subió Jacobo? —lanzó Samanta sin rodeos.

—Sí… Lo sigo, claro que lo vi.

—¿Sabes para quién le cocinó? —insistió Samanta.

—No tengo idea —Adriana no podía adivinarlo. Jacobo era tan codiciado, y siempre tenía a tantas mujeres alrededor.

—Fue para Micaela —soltó Samanta.

Los ojos de Adriana se abrieron de par en par.

—¿¡Cómo que para ella!? —y, enseguida, murmuró negando con la cabeza—. No, no puede ser, seguro fue para otra…

—Lionel le preguntó a Jacobo en privado. La sopa era para Micaela —Samanta destrozó sus esperanzas con una sola frase.

Las lágrimas brotaron sin aviso a los ojos de Adriana. No podía creer que Jacobo hubiera cocinado personalmente para Micaela.

—¿Por qué tenía que ser Micaela…? —balbuceó, clavándose las uñas en el brazo.

—¿Adriana, estás bien?

Mordiendo su labio, con la voz entrecortada, Adriana respondió:

Gaspar había llegado sin avisar. Su carro estaba estacionado justo en la entrada y él, agachado, acariciaba la cabeza enorme de Pepa.

—¡Papá! —Pilar, con la mochila puesta, corrió hacia él.

Micaela sintió cómo perdía el control. No podía detener ni a una perra, ni a su hija corriendo hacia Gaspar.

Con el ceño fruncido, observó a Gaspar abrazar a Pilar y darle un beso.

—Te voy a llevar a la escuela hoy.

—¡Sí! —Pilar sonrió y luego miró a Micaela, agitándole la mano—. ¡Adiós, mamá!

Micaela forzó una sonrisa y se despidió, viendo cómo su hija subía al carro. Pepa también saltó al asiento trasero. La molestia se le instaló en el pecho.

Miró el carro alejarse por el camino hacia el kínder, soltó el aire poco a poco y tomó su bolso para irse al trabajo.

En el laboratorio, Tadeo ya tenía todo listo para empezar. Micaela agradeció internamente tener un compañero tan eficiente. Trabajaron en equipo, cada quien concentrado en su labor. Al mediodía, mientras Micaela avanzaba en un experimento a nivel celular, notó algo inquietante: el equipo del laboratorio no tenía la capacidad que requerían sus pruebas.

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