—¿Por qué se cayó al suelo de repente? —preguntó Micaela mientras limpiaba la carita de su hija.
—No lo sé... de repente se cayó al suelo —respondió Pilar con una expresión de tristeza.
El gesto de Micaela quedó suspendido un instante. ¿Cómo que se cayó de repente? ¿Será que alguien, al enterarse de que su hija quería llevarse un pedazo de pastel, lo tiró a propósito?
En sus ojos brilló una chispa de desconfianza. Tenía la corazonada de que había sido Samanta. Seguramente, quería usar a Pilar para ganarse más el cariño de Gaspar, así que no dudaría en sabotear la relación entre madre e hija.
Por suerte, su pequeña había vuelto a confiar en ella.
—No pasa nada, la próxima vez tu mamá y tú haremos un pastel mucho más bonito —dijo Micaela, abrazando a su hija.
—¡Sí! Mamá, ¿por qué ya no vas a trabajar? —preguntó Pilar de pronto.
Micaela se sorprendió.—¿Por qué preguntas eso, Pilar?
—Porque la tía dijo que tú no trabajas y que te la pasas jugando en la casa. Dijo que solo vives del dinero de mi papá, y también dijo que eres como una plasta pegada a él... —Pilar infló las mejillas, molesta. Aunque era pequeña, entendía que esas palabras eran para insultar a su mamá.
Micaela se agachó, sonrió y le acarició el cabello.—Mamá ya está trabajando, mi amor. Pronto voy a ganar mucho dinero para cuidar de ti, ¿te parece bien?
—¡Sí! Mamá, tú puedes —respondió Pilar, dándole ánimos.
Micaela revolvió con cariño el cabello de su hija. Ya no le importaba lo que pensara la familia Ruiz. Tarde o temprano ella y Gaspar se iban a divorciar, y cuando eso pasara, los Ruiz ya no tendrían nada que ver con ella.
...
Después de darse un baño, Micaela salió del baño y vio a Gaspar sentado al borde de la cama.
Desde donde estaba, pudo ver sus cejas marcadas y pestañas largas, que le daban un aire suave y cariñoso, esa ternura que solo mostraba con Pilar.
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