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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 315

Micaela sostenía las llaves del carro mientras buscaba su camioneta. Bajo el paso a desnivel, el estacionamiento apenas se iluminaba y, entre las sombras, una Porsche Cayenne blanca encendió las luces intermitentes.

Anselmo rodeó el carro y se subió al asiento del copiloto. Sus largas piernas parecían no acomodarse, así que ajustó el asiento hasta sentirse cómodo.

En cuanto entró, percibió un aroma fresco y delicado que lo hizo sentir extrañamente inquieto.

—¿A qué dirección te llevo? —preguntó Micaela, encendiendo el motor. El aire caliente comenzó a salir poco a poco.

—Paseo de los Pinos, Las Colinas de Oro —contestó Anselmo mientras se ponía el cinturón de seguridad.

Micaela se sorprendió un poco.

—¿No es por mi casa? ¿Vives ahí?

—Solo déjame en esa zona, voy a casa de un compañero del equipo —explicó Anselmo.

Micaela asintió y salió del estacionamiento.

La ciudad brillaba bajo el manto nocturno. Las luces parpadeaban en las avenidas y Micaela, con sus dedos largos y delicados aferrados al volante, parecía tan natural y encantadora que Anselmo no pudo evitar mirarla de reojo.

Mientras la observaba, Micaela volteó hacia él para ajustar el retrovisor y su corazón dio un par de saltos. Sin poder evitarlo, esbozó una sonrisa.

Micaela seguía concentrada en el camino, pero aun así preguntó con tono amable:

—¿Tu abuelita ya está mejor de salud?

—Mucho mejor, aunque no deja de decir que quiere agradecerte en persona —respondió Anselmo, mirándola con ternura—. Su corazón es delicado. Si no hubieras reaccionado rápido ese día, quién sabe qué habría pasado.

—No tienes que agradecerme —dijo Micaela, fijando la vista en el semáforo—. Solo hice lo que debía.

Anselmo soltó una risita.

—Srta. Micaela, eres una persona muy buena.

Micaela curvó la boca en una sonrisa un poco amarga.

—A veces ser demasiado buena no es tan bueno.

Anselmo se enderezó en el asiento.

—¿Alguien te está molestando?

Micaela parpadeó sorprendida.

—No, la verdad es que casi toda la gente que me rodea es buena.

Aunque, si alguna vez la habían lastimado, fue porque antes había sido demasiado ingenua. Ahora, prefería mantener distancia.

—Si alguna vez alguien te hace daño, avísame. Yo te cuido —la voz de Anselmo sonó baja, casi como una promesa.

Micaela le sonrió de lado.

—Gracias.

Anselmo dejó de interrumpirla y solo de vez en cuando la miraba con atención.

Ese día ella traía un maquillaje suave, los ojos delineados y las cejas bien formadas. La nariz recta y delicada, y sus manos, blancas y delgadas, con las uñas recortadas y limpias. Anselmo se quedó embelesado.

—¿Es aquí donde tengo que dar vuelta a la derecha? —preguntó Micaela, sacándolo de su ensueño.

Anselmo se sobresaltó, sintiendo las orejas calientes.

—¡Ah, sí, a la derecha!

Micaela llegó a casa con el trofeo en brazos. Sofía la recibió con los ojos relucientes.

—¡Señora, otra vez ganó un premio!

Micaela sonrió y asintió, colocando el trofeo en la vitrina antes de subir las escaleras.

Esa noche, la casa se sentía extrañamente tranquila sin su hija. Se dio un baño y, ya en la cama, se puso a leer. De pronto, su celular comenzó a sonar con una videollamada.

Era un WhatsApp de Gaspar. Micaela imaginó que era por Pilar, así que aceptó la llamada. Como esperaba, la carita regordeta de su hija apareció en la pantalla.

—¡Mamá! —Pilar saludó con dulzura.

—¿Pilar, por qué no has dormido todavía?

—¡Mira dónde estoy! —Pilar giró la cámara.

Micaela enseguida supo: Gaspar la había llevado a la casa donde habían vivido juntos antes.

—¿Y tu papá dónde está? —preguntó Micaela, esperando que Gaspar no la hubiera dejado sola.

—¿Extrañas a papá? Te lo voy a mostrar en secreto, está trabajando —respondió Pilar. Después de un movimiento torpe de la cámara, el video mostró el estudio.

La imagen se estabilizó y Micaela pudo ver a Gaspar, sentado en el sillón, absorto en unos documentos.

—Papá está muy concentrado trabajando —susurró Pilar, regresando la cámara a su carita.

Micaela estaba por decir algo más cuando la voz de Gaspar se escuchó del otro lado, profunda y calmada:

—Pilar, ¿qué haces? ¿No te dije que debías dormir ya?

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