Adriana no le dio importancia y siguió hablando:
—Mi hermano y Samanta se gustaban desde hace ocho años. Si no hubiera sido porque tú te metiste en medio aquel año...
Micaela la interrumpió con voz cortante:
—Lo que pase con tu hermano no me interesa.
Adriana se atragantó por un momento, apretó los labios pintados y espetó:
—¿Sabes de quién era la llamada que recibió mi hermano hace un momento? ¿Sabes por qué salió tan apurado?
Micaela, con gesto de aburrimiento, se levantó del asiento. Adriana también se puso de pie inmediatamente.
—Solo hay una mujer capaz de poner así de nervioso a mi hermano con una simple llamada. ¡Tú sabes quién es!
Micaela revisó la hora en su reloj y caminó hacia Damaris. Le avisó que llevaría a su hija a descansar. Damaris, al ver que ni siquiera había cenado con los demás, intentó convencerla de quedarse un poco más.
Pero Micaela se mantuvo firme en su decisión. Tomó a su hija en brazos y subió a la suite privada que tenía en el último piso del Gran Hotel Alhambra. Esa noche, decidió pasarla con Pilar en ese lugar.
Pidió al hotel que le prepararan una cena abundante para las dos. Desde ahí podían mirar los fuegos artificiales que adornaban el cielo en todas direcciones. Aunque el ambiente era algo solitario, no había nada de malo en ello.
—¡Mira, mamá! Por allá… están lanzando más fuegos artificiales.
Micaela acercó su rostro al de su hija y sonrió:
—Qué bonitos se ven.
A las diez de la noche, después de arrullar a Pilar hasta que se durmió, Micaela se puso una pijama cómoda y se acomodó en el sofá, hojeando una revista de medicina.
En ese momento, sonó el celular.
[Pilar ya se durmió?] Era un mensaje de Gaspar.
Micaela miró la pantalla y no respondió. Simplemente puso el teléfono boca abajo sobre la mesa.
Quizá era una decisión dura, pero prefería eso a que Gaspar le hiciera daño a Pilar en el futuro. Era algo que tenía que hacer.
El sexto día, Sofía regresó. Micaela le dio un generoso regalo por el regreso al trabajo. Sofía, al abrir el sobre y ver los cien mil pesos, no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas de felicidad.
—Señora, esto es demasiado... —murmuró, conmovida. Su salario ya era bueno, pero Micaela se mostró aún más generosa.
Micaela le sonrió:
—Sofía, para Pilar y para mí eres de la familia. Acéptalo, por favor. Además, vas a seguir cuidando de mi niña, ¿verdad?
Sofía, profundamente agradecida, se prometió a sí misma cuidar de Micaela y Pilar con todo el cariño posible, para corresponder a la confianza que le habían dado.
Pasó el carnaval y la rutina volvió: Pilar debía regresar a la escuela. El primer día de clases siempre dejaba a los padres un poco más tranquilos.
Micaela, tomada de la mano de su hija, llegó hasta la entrada de la escuela. Pilar, con su mochila, se volvió para despedirse:
—¡Adiós, mamá!

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