Los labios de Samanta se curvaron en una sonrisa sarcástica y, como si no tuviera importancia, le envió la foto a Gaspar.
[Gaspar, me encontré a Micaela con Jacobo.]
Gaspar no respondió.
Pero Samanta no necesitaba una respuesta, solo quería asegurarse de que él supiera que Micaela y Jacobo estaban saliendo juntos.
Por fuera, Gaspar fingía que no le importaba, pero en el fondo, seguro que eso le revolvía el estómago.
¿A quién le gustaría ver a su exesposa saliendo con su mejor amigo? Nadie lo soportaría.
Micaela fue al baño y poco después Samanta entró también.
Samanta se acercó fingiendo retocarse el maquillaje. Mientras se acomodaba frente al espejo, soltó, como si hablara consigo misma:
—Hay gente que, aunque sube gracias a un hombre, se la vive aparentando que todo lo logró sola. ¿A quién quieren engañar?
Micaela estaba usando su celular, enviando algún mensaje. Desde el reflejo del espejo, miró a Samanta, quien la desafió con la mirada, dibujando esa sonrisa roja y venenosa.
—Micaela, escuché que tu investigación dio un salto enorme, felicidades —dijo Samanta, con voz falsa.
Micaela ni se molestó en responder.
—Pero —cambió el tono Samanta—, tengo curiosidad, ¿cómo lograste ese avance tan rápido? ¿Será que recibiste un nuevo... apoyo?
Samanta se giró, cruzando los brazos, y lanzó una risa burlona.
—Qué bárbara, ¿eh? Ni medio año de divorciada y ya te colgaste de Jacobo.
Micaela terminó de secarse las manos y se dispuso a salir, pero Samanta no la dejó ir tan fácil. Sus ojos brillaban con pura mala leche.
—Pero bueno, era lo mínimo que podías hacer. Después de todo, Gaspar metió tanto dinero, algo tenías que mostrar, ¿no?
Micaela ignoró el parloteo venenoso y caminó hacia la puerta, pero Samanta soltó una carcajada.
—Micaela, sí que tienes aguante. Aunque, después de todos estos años, ya deberías estar acostumbrada.
—¿Ya acabaste de ladrar? ¿O prefieres que le avise a Gaspar para que venga a recoger a su mascota? —reviró Micaela, con un tono helado.
La cara de Samanta se desfiguró de enojo.
—Micaela, ¿no te da pena trabajar en el laboratorio que financió tu exmarido? Si fuera tú, ya me habría largado.
—A Gaspar le importa un comino tu existencia. Solo te ve como una máquina de hacer dinero. La última medicina que descubriste le dejó mil millones en la bolsa, y la patente es de él. ¿Cuánto piensas hacerle ganar ahora? —Samanta sonrió con malicia.
Micaela la miró, impasible.
—Me quedo en el laboratorio porque es mi proyecto, no por Gaspar. Y, para tu información, la patente de esa medicina está a mi nombre. Él solo es inversionista —respondió, haciendo una pausa para que cada palabra calara hondo—. La próxima vez, infórmate antes de hablar, porque solo quedas como una tonta.
La expresión de Samanta se congeló.
Eso era lo que de verdad atraía a Samanta: la ambición salvaje de un tipo que nunca se rinde.
Jacobo, en cambio, era el típico hijo de familia rica. Sí, tenía talento, pero mientras no tomara las riendas de su casa, no podría lucirse del todo.
...
Cuando Micaela regresó al laboratorio, recibió un correo de Gaspar con un solo mensaje:
[Sobre el avance del laboratorio, mañana a las 9:00 quiero verte en mi oficina. Lleva tu último reporte de resultados.]
Micaela se quedó mirando la pantalla, apretando los dedos sin darse cuenta.
Ese tono autoritario... lo conocía demasiado bien.
Pero así era Gaspar: puro instinto de negociante.
...
Al día siguiente, después de dejar a su hija en la escuela, Micaela llegó puntual a la sede del Grupo Ruiz. Tomó el elevador hasta el último piso, donde estaba la oficina del presidente. La secretaria la llevó hasta la sala de espera.
—El señor Gaspar aún no llega, señorita Micaela. Por favor, espere un momento.
Micaela sintió el fastidio quemándole por dentro. La había citado temprano solo para hacerla esperar. ¿Lo habría hecho a propósito?

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