Al regresar al salón privado, Micaela notó que todos la miraban con una mezcla de respeto y admiración. Resulta que, mientras ella estuvo ausente, el Dr. Vázquez no dejó de hablarles sobre la importancia de su investigación. Eso había elevado su imagen ante los presentes.
Poco después, Lara regresó como si nada hubiera pasado; su semblante sereno, como si la incomodidad de antes nunca hubiera existido.
La cena, que inició a las seis de la tarde, terminó alrededor de las ocho y media. Gaspar y su grupo habían llegado en carro, y el viaje de vuelta a Ciudad Arborea les tomaría unas seis horas. Habían venido en tres carros: uno de Leónidas, otro de Gaspar y el último de Ramiro.
Cuando llegó el momento de decidir quién iría en cada carro para el regreso, Gaspar miró a Micaela. Pero Micaela, sin dudar, se dirigió a Ramiro.
—Ramiro, yo voy contigo.
—Yo también voy con Ramiro —intervino Lara, levantando la voz con toda intención.
Entonces, con tono juguetón, Lara agregó:
—Bueno, ya que todos se amontonan con Ramiro, mejor yo me voy en el carro del señor Gaspar.
En el carro de Leónidas iban sus tres técnicos. A la ida, Lara había ido con Ramiro, pero ahora, además de evitar a Micaela, buscaba dejarle claro lo cercana que era con Gaspar.
Ya acomodados, cada quien en su carro, partieron directo a la autopista.
Durante el trayecto, Micaela se sentó en el asiento del copiloto y se puso a platicar con Ramiro, consciente de lo agotador que puede ser manejar distancias tan largas. Aunque el sueño comenzaba a vencerla, se obligó a mantenerse despierta y conversar para que Ramiro no perdiera la energía.
Ramiro, por su parte, parecía tener pilas infinitas. Sobre todo con Micaela a su lado; el sueño ni se asomaba.
Ya de madrugada, cerca de las dos, Ramiro había dejado a Verónica y, finalmente, llevó a Micaela hasta su casa.
—Ramiro, maneja con cuidado, y descansa bien cuando llegues —le pidió ella al despedirse.
Al verlo marcharse, Micaela subió, se dio una ducha rápida y se preparó para dormir.
Durmió hasta las diez de la mañana siguiente. Al despertar, se sentía mucho mejor. De inmediato llamó a su hija, pero la niña estaba tan entretenida jugando que no quería volver a casa. Damaris le aseguró que el lunes la llevaría directamente a la escuela.
Por la tarde, Micaela tenía una cita con Franco para preparar los últimos detalles de la junta directiva que se celebraría al día siguiente.
Se encontraron en una cafetería. Cuando Micaela llegó, Franco ya la esperaba y le entregó la lista de los miembros que asistirían a la junta.
Al revisar los nombres de los principales accionistas —aparte de ella—, Micaela sintió un nudo en la garganta y se mordió el labio.
—Señorita Micaela, el señor Gaspar no tiene tiempo para asistir mañana —le informó Franco.
—Mejor para mí —respondió ella, sin titubear.
Franco se sorprendió un poco, pero enseguida le sonrió.
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