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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 367

La aparición de Gaspar hizo que por unos segundos el ambiente en el balcón se quedara en pausa.

Jacobo guardó para sí lo que estaba a punto de decir, asintiendo con respeto al hombre mayor.

—Señor Moya.

El señor Moya sonrió, relajado.

—Así que aquí andan todos los jóvenes platicando, ¿eh?

Gaspar, con una mano en el bolsillo, lanzó una mirada rápida a Micaela, notando lo pálida que estaba, y le habló al señor Moya.

—Señor Moya, lo del terreno al sur de la ciudad lo platicamos otro día. Ahora tengo que encargarme de un asunto personal.

—Perfecto, perfecto, ustedes sigan platicando —contestó el señor Moya, entendiendo la indirecta y retirándose de inmediato.

Micaela se giró hacia Jacobo.

—Jacobo, me voy primero.

Apenas Micaela salió del balcón, Jacobo sintió el impulso de ir tras ella, pero Gaspar le puso un brazo frente al pecho, deteniéndolo.

—Jacobo, si de verdad te importa, no la pongas en una situación incómoda esta noche. Apenas nos divorciamos.

Jacobo lo miró de golpe, con una mirada llena de reproche.

—¿Qué le acabas de decir?

Gaspar retiró su mano, encogiéndose de hombros.

—Nada importante.

Jacobo, frustrado, acabó su copa de vino de un trago.

—Parece que tenemos cosas que platicar tú y yo.

Gaspar ajustó las mangas de su camisa mientras contestaba.

—Hoy tengo que atender a los invitados, lo vemos después.

Jacobo apretó la copa entre los dedos.

—Gaspar, con lo de Micaela, te pido que no te metas.

Gaspar se permitió una sonrisa ligera.

—Si quieres conquistarla, no tengo problema.

Jacobo replicó, con voz grave.

—Al final, lo de ustedes ya quedó en el pasado. Ella puede buscar su felicidad de nuevo.

Gaspar asintió.

—Lo entiendo.

Dicho esto, se fue del balcón primero.

...

Micaela bajó para buscar su carro. Mientras la valeta aún no traía el vehículo, la figura de Lara apareció a su lado, bolso en mano.

También estaba esperando su carro.

Lara la miró de reojo.

—La vez pasada hablaste muy rápido. No estoy segura de que vayas a ganarme.

Dijo esto entre dientes, mordiendo las palabras.

Micaela frunció las cejas, sin responder.

Lara dibujó una sonrisa sarcástica.

—Ya veremos quién ríe al final.

En ese momento, el taxi de Lara llegó primero. Antes de subir, volvió a mirar a Micaela, con tono aún más ácido.

—Espero que la próxima vez compitas con talento, no solo dependiendo de los hombres.

Y, con eso, se metió al taxi y se fue.

A Micaela no le interesaba la aprobación de otros. Solo tenía que ser fiel a sí misma.

Si alguien lograba desestabilizarla tan fácil, solo perdería su tiempo y su energía, algo que no estaba dispuesta a permitir.

Gaspar la alzó entre risas y miró a Micaela. Ella llevaba una camiseta blanca y jeans, el cabello recogido en una coleta despreocupada, tan sencilla que parecía una universitaria.

—¿Vienes con nosotros? —preguntó Gaspar.

Micaela esquivó su mirada.

—Tengo cosas que hacer.

Gaspar, sosteniendo a su hija, dijo.

—Entonces, nos vamos.

Cuando vio el carro de Gaspar alejarse, Micaela tomó su bolso y salió también rumbo al laboratorio.

En las últimas semanas, sus asuntos personales habían retrasado el avance en el laboratorio. Aprovechó el fin de semana para recuperar terreno.

Micaela trabajó todo el día. Cuando ya caía la tarde, su celular vibró. Era un mensaje de Gaspar:

[Pilar se quedó dormida en el carro de tanto jugar. Voy a llevarla de vuelta a tu casa. ¿A qué hora llegas?]

Micaela revisó la hora: casi las seis.

[Ya voy para la casa.] —respondió.

Al llegar, Sofía salió a su encuentro.

—Señora, el señor Gaspar está en casa. ¿Quiere que le prepare algo para cenar...?

—No hace falta, no te preocupes por él —le cortó Micaela.

Sofía asintió, entendiendo. Siempre preguntaba antes de tomar decisiones, no fuera que los patrones quisieran arreglar las cosas y ella terminara metiendo la pata.

Micaela no vio a Gaspar en la sala. Se tensó. ¿Estaría en su recámara?

Dejó el bolso y subió rápido. Abrió la puerta de la habitación principal y, tal como sospechaba, ahí estaba Gaspar sentado en el sofá, hojeando un libro que ella leía seguido.

—Ya te puedes ir —le soltó, sin rodeos.

Gaspar se puso de pie, observando el cansancio marcado en el rostro de Micaela. Frunció el ceño.

—Descansa un rato con Pilar, te hace falta.

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