Gaspar se dio la vuelta y fue por el botiquín.
Micaela, con una servilleta en la mano, intentaba detener el sangrado. Gaspar se acercó con el botiquín, se agachó frente a ella y tomó una gasa para ayudarla.
Cuando la mano grande de Gaspar fue a sujetarle la muñeca, Micaela se hizo a un lado por instinto.
—Yo puedo sola —le dijo, sin mirarlo.
—Deja que Gaspar te ayude —intervino la abuelita con tono firme.
Micaela se puso de pie.
—Abuelita, solo voy a lavarme la herida.
—Que Gaspar te acompañe —soltó Florencia, preocupada.
—No es una niña —reviró Gaspar con un tono seco, y se fue de ahí sin más.
Florencia, al borde de explotar, casi agarró el ramo de flores de al lado para lanzárselo.
—¿Que no es una niña? ¡Es tu esposa, caray! ¿Tan difícil es que la cuides un poco, mocoso ingrato?
Gaspar, con una mano en el bolsillo, murmuró desde la puerta:
—Se lo buscó sola.
La abuelita, que ya no escuchaba bien, preguntó:
—¿Qué dijiste, Gaspar?
—Nada, abuelita, solo es un rasguño —dijo Micaela con una sonrisa, restándole importancia. Se fue al lavabo, limpió la herida bajo el agua, se desinfectó y se puso un poco de algodón para detener el sangrado.
Después, Micaela le entregó el botiquín a una de las empleadas. Al volver a la sala, notó que Gaspar ya no estaba, así que pudo sentarse a gusto. Revisó su celular y vio una llamada perdida de un número desconocido, pero no le prestó atención.
En ese momento, se oyó el ruido de un carro afuera. Micaela miró por la ventana y vio a Adriana entrando, cargando varias bolsas de compras y con cara de buen humor.
Adriana echó un vistazo rápido hacia Micaela, que la saludó:
—Hola, Adriana.
Adriana, como si no hubiera escuchado, subió directo a su cuarto sin decir nada.
Después de la cena de Año Nuevo, que terminó temprano, como a las siete, Damaris sacó un sobre con dinero y se lo dio a Pilar. La abuelita también le entregó uno. Adriana y Gaspar ya tenían preparados los suyos. Pilar, cargando a duras penas los cuatro sobres, se los llevó a Micaela.
—Mamá, todos son para ti, ¡están pesados!
Todos los presentes soltaron la risa al verla.
—Mamá los va a guardar para ti. Cuando seas grande te los regreso —le dijo Micaela, recibiendo los sobres. Calculó que entre todos sumaban más de veinte mil pesos.
Guardó el dinero en su bolsa. Poco después, Florencia la llamó aparte a su habitación. Sacó una tarjeta y se la extendió.
—Mica, esto es de parte de tu abuelita. No lo rechaces, hay quinientos mil pesos. Tómalos como dinero para cualquier emergencia.
Micaela se quedó helada. Empujó suavemente la tarjeta de regreso.
—Abuelita, no, de verdad. Yo tengo suficiente, no puedo aceptar su dinero.
—Ay, hija, sé que Gaspar sí te da para los gastos, pero esto es un regalo de tu abuelita. Acéptalo, que ya ni lo necesito para nada.
¿Cómo iba a recibir ese dinero de la abuelita? Si en menos de medio año iba a divorciarse...

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