Seis y media de la tarde.
Restaurante japonés.
Lara estaba sentada en un reservado del restaurante, el ambiente apenas iluminado y la privacidad absoluta, perfecto para platicar de asuntos personales.
Tadeo entró apresurado, abriendo la puerta con una mano. Tenía la frente perlada de sudor, lo que dejaba claro que venía directo del laboratorio. Vestía una camisa de cuadros sencilla y unos jeans, y sus ojos, tras los lentes, lucían agotados.
—Perdón, el experimento se alargó un poco —se sentó frente a Lara y le dedicó una sonrisa apenada.
Al notar el look sexy de Lara, se rascó la cabeza con torpeza, sin saber bien dónde mirar.
En la universidad, Lara siempre había sido la chica inalcanzable, la más admirada. Para alguien como Tadeo, de familia sencilla, de no ser por sus calificaciones, jamás habría llamado su atención.
Ahora, con Lara invitándolo a cenar de repente, Tadeo no podía evitar sentirse halagado e incluso un poco nervioso.
—¡Vaya! Te has vuelto el genio obsesionado con la ciencia, ¿eh? Ya me lo imaginaba —bromeó Lara con una sonrisita—. Bueno, pide lo que quieras, hoy invito yo.
Después de elegir los platillos, Lara fingió desinterés cuando soltó:
—Escuché que tomaste el proyecto que llevaba antes Micaela, ¿cómo va todo?
Los ojos de Tadeo brillaron al instante.
—Todo ha marchado bien, sobre todo con esa idea de sistema de entrega precisa que ella propuso, es que es...
Lara frunció el ceño, claramente fastidiada de oír elogios a Micaela. Resopló y soltó, con tono cargado de envidia:
—Claro, Micaela es una genio, ¿no? Nadie puede superarla.
Tadeo, aunque despistado, captó la indirecta y se limitó a soltar una risa incómoda, dejando el tema.
—¿Y tú qué tal? Lo de Santiago sí fue una lástima. La última vez que hablamos me contó que ya está trabajando de vendedor en una agencia de carros.
Lara ya lo sabía. Pero la verdad, Santiago ya no le interesaba en lo absoluto. De hecho, él la había invitado a salir y ella lo había rechazado con la excusa de estar ocupada.
No pensaba volver a verlo.
Lara tampoco tenía ganas de seguir hablando de Santiago, así que solo asintió con desgano y se quedó mirando fijamente a Tadeo.
Él, sintiendo la intensidad de la mirada de Lara, sintió cómo le ardían las mejillas y se puso aún más nervioso.
—Lara, ¿me buscaste para algo en especial? —preguntó, tragando saliva.
Lara, viendo que por fin podía ir al grano, sonrió de lado.
—Tadeo, piensa tantito. Micaela tiene contactos, vaya donde vaya le va a ir bien. Pero tú, con tu familia de a pie, ¿cuántas oportunidades crees que tienes para sobresalir en el mundo de la investigación?
Tadeo se quedó pasmado.
—¿A qué viene eso? —preguntó, desconcertado.
Lara apretó los dientes por dentro. ¡Qué terco podía ser este tipo!
Coqueta, se acomodó el cabello.
—Nos conocemos desde hace años, ¿no confías en mí? Si me lo pides, puedo ayudarte a conseguir mejores oportunidades. Hasta tengo contacto con la señora Zaira...
—Lara —la interrumpió Tadeo, con una firmeza que rara vez mostraba—. La investigación es un trabajo serio, no una carrera para ver quién se lleva la fama.
La expresión de Lara se torció al instante.
—¡Tadeo! —espetó, apretando los labios—. Solo quiero ayudarte...
Tadeo se puso de pie.
—Gracias por la invitación, Lara, pero no hay nada más que hablar. No voy a hacer nada para perjudicar a Micaela.
Lara también se levantó de golpe.
—¿Acaso también te gusta Micaela?
Tadeo titubeó, luego negó con la cabeza.
—La admiro, la respeto. Solo alguien como Ramiro podría aspirar a algo más con ella.

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