Sin esperar a que Florencia dijera algo, Adriana volvió a refunfuñar:
—Bueno, tienes razón, ahora que Micaela se relaciona con la esposa del alcalde, seguro ya ni se acuerda de lo buena que fuiste con ella…
Florencia negó con la cabeza y respondió con suavidad:
—Micaela no es así.
—¡Abuelita! ¿Todavía la defiendes en este momento? Ya ni conciencia le queda, seguro se la arrancaron los perros —soltó Adriana, sin medir sus palabras.
Pero Florencia se puso seria de inmediato:
—No vuelvas a hablar así de Mica.
—¡Abuelita! Tú… —Adriana sentía que iba a explotar de la rabia.
¿Acaso todo esto no era suficiente para que su abuelita viera lo falsa que era Micaela?
Florencia, mientras tanto, acomodó el florero recién limpiado sobre el mueble. Luego miró a Adriana y preguntó:
—Pregúntale a Samanta si el florero que Micaela compró hoy es este.
Adriana se quedó helada. Alzó la mirada y se fijó en el florero que su abuelita acababa de poner en el gabinete. De pronto, se quedó sin palabras.
—Abuelita, ¿dices que este florero…?
—Este mismo es el que Micaela compró hoy. Me lo acaban de traer.
—¿Cómo puede ser? ¿No iba a regalarlo a la señora Lorena? —Adriana estaba tan sorprendida que casi se le cae la voz.
Florencia se quitó los lentes para leer y, con tono de consejo, le dijo:
—Adriana, ya estás grande, ¿por qué te dejas llevar por los chismes? ¿Cuándo vas a aprender a pensar por ti misma?
A Adriana se le pusieron las mejillas coloradas de pura vergüenza, y apenas pudo balbucear:
—Pero… pero si Samanta dijo que…
Florencia frunció el ceño.
—Mejor aléjate un poco de Samanta, esa chica no tiene buenas intenciones.
Adriana torció la boca, negando con la cabeza.
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