Justo cuando la puerta del elevador se cerró detrás de Micaela, afuera se escuchó la risa de Samanta.
—¡Gaspar, apúrate! ¡Todos te están esperando! ¡Sr. Franco, véngase a tomar algo con nosotros!
Micaela alcanzó a oír la voz de Franco respondiendo con cortesía:
—No, tengo que seguir trabajando.
Micaela salió a la entrada del hotel. El guardia la reconoció enseguida y se acercó rápido.
—Señorita Micaela.
Ella asintió con una sonrisa y caminó hacia los lugares de estacionamiento VIP, justo al lado del hotel. Abrió la puerta de su carro y se acomodó en el asiento del conductor. Puso música, se relajó y dejó que el ambiente de la noche la envolviera mientras manejaba rumbo a casa.
Pero, cuando apenas había llegado a la mitad del camino, el carro se apagó de repente. Micaela miró con resignación su Porsche Cayenne, el que la había acompañado cinco años. Soltó un suspiro. Ya era hora de cambiarlo.
Llamó a la compañía de grúas para que se llevaran su carro al taller y, de inmediato, avisó a Franco para que al día siguiente enviara a alguien a encargarse del asunto.
Franco, siempre atento, le mandó un asistente con otro carro para que pudiera moverse mientras tanto.
Esa noche, Micaela, con una mascarilla puesta y un libro en las manos, escuchó sonar su celular. Miró la pantalla: era un mensaje de Jacobo.
[Me contó Franco que tu carro se quedó tirado y lo mandaste a reparar. ¿Piensas cambiarlo por uno nuevo?]
Micaela respondió sin rodeos.
[Sí, justo estaba pensando en eso. El sábado iré a ver carros.]
[¿Quieres que te acompañe? Yo sé bastante de carros.] —le escribió Jacobo.
Micaela sonrió y, sin ánimo de incomodarlo, contestó:
[No te preocupes, ya quedé de ir con una amiga.]
En realidad, pensaba invitar a Emilia.
[Bueno, si necesitas algo, avísame. Tengo tiempo de sobra.] —le respondió Jacobo.
Micaela agradeció el gesto, pero al cerrar los ojos, la imagen que apareció fue la cara insoportable de Gaspar. Pensó en la última vez, cuando él había usado la custodia de su hija para tantear sus sentimientos hacia Jacobo. Eso sí que había sido bajo.
Pero, pasara lo que pasara, nada haría tambalear la determinación de Micaela de defender la custodia de su hija. Si Gaspar quería quitársela, tendría que pasar por encima de ella.
...
La semana se fue en un parpadeo, entre el trabajo y el hogar, en una rutina que ya casi le resultaba cómoda. Los resultados finales del laboratorio salieron mejor de lo esperado: ni un solo error en las pruebas con animales, y los datos del medicamento piloto eran alentadores.
Micaela se sentía segura de su investigación. Los números no mienten.
El viernes en la noche, confirmó la cita con Emilia para ir a ver carros el sábado. Esta vez, Micaela tenía en mente un Bentley.
...
El sábado temprano, Emilia llegó en su Mercedes y recogió a Micaela y a Pilar para ir juntas a la agencia. Sofía también se les unió.
Al llegar al showroom de Bentley, el gerente de ventas salió a recibirlas, rebosando amabilidad.
—Señoritas, bienvenidas. ¿Qué modelos les interesan hoy?
—Vamos a dar una vuelta primero —dijo Emilia, siempre práctica.
La luz de la mañana entraba a raudales por los ventanales. Micaela, de la mano de Pilar, recorría el lugar mientras el gerente, con una sonrisa que parecía pegada con pegamento, las seguía y les explicaba cada modelo en el que se detenían.
Al pasar junto a un Bentley Continental GT azul marino, el gerente se adelantó para recomendarlo:
—Señorita, este carro va perfecto con su estilo, ¿le gustaría probarlo?
—Vine a hacerle el mantenimiento a mi carro y de paso a ver los modelos nuevos. No pensé toparme con ustedes.
¿De verdad era coincidencia? Emilia miró de reojo a Micaela, tratando de adivinar si había algo más.
Micaela recordó que Franco, al encargarse de su viejo carro, le preguntó en qué modelo pensaba cambiarlo. Ella, sin pensarlo mucho, había mencionado el Bentley. ¿Sería que Jacobo se enteró por Franco? ¿O simplemente fue pura casualidad?
—¿Sr. Jacobo, conoce a la señorita Micaela? —preguntó el gerente, intrigado.
—Claro, somos buenos amigos —remarcó Jacobo, dándole al gerente la confianza para ser todavía más atento con Micaela.
Jacobo miró el carro que ella había elegido y asintió, complacido.
—Tienes muy buen ojo. Ese carro te va perfecto.
Para él, no había duda: el carro era bueno, pero ella lo era mucho más.
—Micaela, deja que el Sr. Jacobo te acompañe en la prueba de manejo. Nosotras cuidamos a Pilar —sugirió Emilia.
Micaela pensó que, en efecto, sería más seguro probar el carro con alguien como Jacobo a su lado. Lo miró, y antes de que pudiera decir nada, él ya sonreía.
—Será un honor.
—Gracias por el favor —le dijo Micaela, agradecida.
El gerente de inmediato preparó los papeles para la prueba de manejo. Emilia tomó a Pilar de la mano.
—Pilar, vamos a la zona de juegos, ¿quieres?
—¡Sí! —aceptó la niña, emocionada.
El carro de prueba salió del concesionario. En ese momento, en el estacionamiento de al lado, un Bentley acababa de detenerse. Quien venía adentro aún no bajaba, pero desde el asiento alcanzó a ver a Micaela y Jacobo juntos en el carro de prueba.

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