Micaela tenía una expresión distante, sus ojos reflejaban indiferencia mientras respondía:
—Mi decisión de quedarme o irme no depende de tu aprobación.
Gaspar la miró fijamente, su voz cargada de firmeza.
—Micaela, no seas terca. Lo que puedo ofrecerte, nadie más podrá igualarlo.
Micaela soltó una pequeña risa de desdén.
—Que tú quieras darlo es asunto tuyo. Si yo lo acepto o no, es asunto mío.
Gaspar frunció el ceño, en su mirada apareció una mezcla de emociones difíciles de descifrar.
—¿Me odias tanto?
¿Odiarlo? Por dentro, Micaela se burló. ¿En serio pensaba que tenía tiempo para odiarlo? Su tiempo era demasiado valioso como para desperdiciarlo en alguien como él.
El silencio de Micaela provocó que Gaspar suspirara.
—¿En serio ya tomaste la decisión de irte?
Micaela levantó la barbilla, su mirada se mantuvo firme y decidida.
—Gaspar, no estoy pidiendo tu consentimiento. Solo te estoy informando.
—Por lo menos espera a que terminen las pruebas del nuevo medicamento antes de irte —dijo Gaspar, agregando—. Faltan tres meses.
Micaela soltó un suspiro. Tres meses de periodo de pruebas. Si se iba ahora, era cierto que estaba adelantándose demasiado.
—Haré el cierre como corresponde. Voy a terminar lo que me toca.
—En estos tres meses puedes pensarlo mejor, no te precipites —comentó Gaspar, con voz apacible.
—Ya tomé una decisión y no la voy a cambiar —reviró Micaela, tajante.
Gaspar la observó en silencio algunos segundos, como si intentara descifrar en su rostro la determinación que sentía. Al final entendió que no podría retenerla, aunque quisiera.
—Ya le di a la señora Zaira los permisos como líder independiente del proyecto. No hay límite para los fondos de investigación. Si tú…
Antes de que terminara, Micaela lo interrumpió, levantando el rostro.
—Nada de eso me interesa si tengo que sacrificar mi libertad.
Gaspar sostuvo la mirada, luego soltó un suspiro resignado.
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