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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 597

—¡Cuidado! —Una silueta surgió de la nada y la empujó con fuerza. Micaela perdió el equilibrio, dio unos pasos tambaleantes y terminó de rodillas en el suelo. Detrás de ella, un estruendo seco sacudió el ambiente.

Micaela se giró, con el corazón encogido. A unos tres metros de distancia, justo donde segundos antes había estado parada, Jacobo yacía de lado en el pavimento. Su brazo tenía una herida profunda, la camisa y el saco estaban desgarrados y manchados de sangre.

—¡Jacobo! —gritó Micaela, ignorando el ardor en sus rodillas, y corrió hacia él desesperada.

El carro negro que casi los atropella se detuvo de golpe. Un joven, claramente alterado, bajó de prisa.

—¡Perdón, perdón! ¡No fue mi intención, lo juro! Yo… —balbuceó el conductor, pálido como el papel, mientras se agachaba junto a Jacobo temblando de miedo.

Jacobo, haciendo un esfuerzo, se apoyó con el brazo derecho y presionó su brazo herido. Al ver a Micaela, intentó sonreír.

—¿Estás bien? —preguntó, la voz entrecortada.

La sangre seguía brotando por la tela rasgada. Micaela sintió que el aire se le escapaba. Jacobo la había empujado fuera del alcance del carro justo en el último segundo. Él recibió el golpe y salió volando, acabando herido en el asfalto. Su condición era incierta.

Sin perder tiempo, Micaela sacó su celular y marcó el número de emergencias. El miedo se reflejaba en su voz, que temblaba con cada palabra.

—Por favor, necesito una ambulancia. Hay un herido, sangra mucho… —murmuró, luchando por no quebrarse.

Jacobo intentó tranquilizarla.

—No te asustes, sólo es un raspón —dijo, aunque el dolor lo hizo aspirar aire con fuerza.

Por suerte, había un hospital cerca. Diez minutos después, llegó la ambulancia. Los paramédicos atendieron a Jacobo en el lugar, envolvieron su brazo y lo subieron rápidamente para llevarlo al hospital.

El conductor del carro, petrificado, seguía en cuclillas, con las manos en la cabeza. Poco después aparecieron los policías para encargarse del accidente.

Micaela quería ir al hospital con Jacobo, pero él se lo impidió.

—Necesito que me ayudes con Viviana. Por favor —le pidió.

Así que, cuando terminó sus clases, Micaela pasó por los dos niños y los llevó a su casa. Le pidió a Sofía que se encargara de la cena y enseguida partió rumbo al hospital.

Quiso levantar la mano para limpiar sus lágrimas, pero Micaela ya se las había secado.

—Te lo juro, te debo la vida. Desde hoy, no me voy a separar de ti hasta que estés recuperado y puedas salir caminando de aquí —declaró, con una convicción que no dejaba dudas.

El asistente, percibiendo el momento, salió de la habitación y cerró la puerta con discreción.

Jacobo parpadeó, conmovido.

—Pero tienes mucho trabajo… —murmuró.

—No importa, pedí una semana de permiso —contestó Micaela, con firmeza—. No me voy a ir. Esta vez, tú te arriesgaste por mí y yo voy a cuidarte hasta que estés bien.

Jacobo esbozó una sonrisa suave, sus ojos se oscurecieron por la emoción.

—Con que tengas esa intención, me basta.

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