Gaspar se puso de pie de repente y se acercó a la ventana, clavando la mirada en el mundo difuso tras el cristal, con una expresión imposible de descifrar.
—Gaspar —murmuró Jacobo, con voz suave—. Si todavía te importa ella, déjala vivir su propia vida.
Gaspar no respondió de inmediato, solo soltó con tono neutral:
—Yo no me he metido en sus asuntos.
Pasaron unos segundos antes de que se diera la vuelta y mirara a Jacobo con una mezcla de emociones en los ojos.
—¿Lo dices en serio?
—Sí —contestó Jacobo, sin titubear.
Después de más de veinte años de amistad, ambos sabían perfectamente lo que pasaba por la cabeza del otro.
Se quedaron mirándose unos instantes, hasta que Gaspar asintió despacio.
—Voy a respetar todas sus decisiones.
Al terminar, tomó el abrigo que había dejado colgado en la silla y lo enganchó en su brazo.
—Recupérate bien. En unos días vendré a verte de nuevo.
Ya en la puerta, se detuvo un instante.
—Pero, esto involucra la seguridad de la madre de mi hija. Voy a mandar a alguien a investigar al conductor.
Jacobo se sorprendió, pero antes de que pudiera responder, Gaspar abrió la puerta y salió. Jacobo arrugó la frente, pensando en cómo Gaspar decía respetar las decisiones de Micaela, pero la verdad seguía interviniendo en cada rincón de su vida.
...
En ese momento, Micaela estaba en casa descansando. Faltaba una hora para ir a buscar a su hija. Sofía escuchó que Pepa, la perrita, comenzó a gemir en dirección a la lluvia, como si reconociera a alguien afuera.
No cualquiera provocaba que Pepa hiciera ese tipo de recibimiento. Sofía ya se imaginaba quién era. Entonces, sonó el timbre.
Micaela estaba descansando arriba, y Sofía prefería no molestarla, pero sí consideró correcto salir a avisar al señor Gaspar.
Con una sombrilla en mano, Sofía salió bajo la lluvia. Al abrir la puerta, encontró a Gaspar empapado, sin siquiera un paraguas.
—¿Está Micaela en casa? —preguntó Gaspar.
Sofía se sobresaltó. Gaspar, bajo la lluvia, lucía agotado, con el ánimo por los suelos, muy diferente a su imagen habitual.
—La señora está descansando arriba, Sr. Gaspar, usted...
Sofía dudó si invitarlo a pasar.
—Necesito hablar con ella —Gaspar levantó la mirada hacia el segundo piso.
Sofía, por compasión, asintió.
—Pase primero, por favor. Con este clima puede resfriarse.
Gaspar no se hizo de rogar. Cruzó el jardín y entró en la sala. Sofía le acercó unas pantuflas.
Gaspar se cambió el calzado y se quitó el abrigo, que Sofía tomó y dejó sobre un mueble en la entrada, como ya era costumbre.
Arriba, Micaela alcanzó a escuchar voces. Medio dormida, decidió levantarse. Mientras bajaba, preguntó:
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Divorciada: Su Revolución Científica