Después de llevar a Pilar de regreso a casa, los guardaespaldas tampoco se retiraron. Más bien, se turnaron para vigilar desde la calle frente a la casa de Micaela, manteniendo la seguridad durante toda la noche.
Al anochecer, Micaela recibió una llamada de Franco. Le informó que al día siguiente habría una reunión de altos directivos a las diez de la mañana y le pidió que apartara una hora para asistir. Micaela aceptó sin dudar.
Además de su papel como investigadora, Micaela era dueña de ocho empresas. Esa noche, dejó de lado un rato el trabajo de InnovaCiencia Global, abrió los reportes que Franco le había enviado y platicó con él en línea para ponerse al tanto de todos los detalles.
...
A la mañana siguiente, Micaela eligió un conjunto azul marino de corte impecable. Los aretes de perlas le daban un aire elegante y sobrio.
Después de dejar a Pilar en la escuela, condujo su carro rumbo al Gran Hotel Alhambra.
En el restaurante del hotel, Micaela desayunó como cualquier huésped, acompañada por el gerente general y una asistente. Ambos la observaban con cautela, pendientes de cualquier reacción sobre la calidad del desayuno.
Terminó de comer y, sin prisa, entró a la sala de juntas. Los dieciséis altos ejecutivos del hotel se pusieron de pie al verla entrar.
—Señorita Micaela.
Micaela asintió levemente y caminó directo hasta la cabecera de la mesa.
En ese momento, un invitado inesperado apareció.
Gaspar.
Vestía un traje gris oscuro, se veía bastante entero, y sus ojos profundos seguían tan agudos como siempre.
—Señor Gaspar, ¿cómo es que vino? ¿No estaba ocupado? —Franco se levantó, sorprendido.
Gaspar se cubrió la boca para reprimir la tos.
—Disculpen, llegué un poco tarde.
La tensión se sintió de inmediato. Nadie esperaba que Gaspar, uno de los accionistas del Gran Hotel Alhambra, se presentara. Por lo regular, él solo asistía a la junta anual y rara vez intervenía en la operación diaria.
Micaela mantuvo la serenidad, mirando de reojo al hombre que, a pesar de estar enfermo, había decidido venir.
Gaspar arrastró la silla junto a Micaela y se sentó. Sus dedos largos tamborilearon la mesa.
—Empecemos.
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