Micaela se dio la vuelta con una mueca desdeñosa y en sus ojos se asomó una dureza que calaba hasta los huesos.
—¿Compensar? Gaspar, ¿de verdad crees que todo en la vida se puede compensar?
No quería revivir aquella noche en su memoria, pero en ese instante, las imágenes volvieron a ella con nitidez. Recordó a su hija ardiendo en fiebre, sus manitas y pies helados, y ella, sola, sentada en la cama del hospital, abrazándola mientras las lágrimas rodaban y hacía todo lo posible por bajarle la temperatura.
La rabia en la mirada de Micaela casi podía cortarse con un cuchillo.
—¿Tú dices que quieres compensar y ya? ¿Acaso piensas que eso va a tranquilizar tu conciencia? Pues te aviso, llegaste demasiado tarde.
Gaspar quedó paralizado por sus palabras. Pasaron unos segundos antes de que pudiera responder, con la voz rasgada por la culpa.
—No lo hago para sentirme mejor...
Micaela soltó una risa burlona.
—Gaspar, pon atención: no te voy a dar ni la más mínima oportunidad de compensar lo que le hiciste a Pilar. Lo que quiero es que tu conciencia te persiga toda la vida —hizo una pausa, regalándole una sonrisa cargada de ironía—. Claro, si es que tienes conciencia.
Sin mirar atrás, Micaela tomó un vaso de agua y subió las escaleras. Detrás de ella, Gaspar no pudo decir ni una palabra; su cuerpo, siempre tan fuerte, ahora parecía a punto de derrumbarse. Se llevó la mano al pecho y tuvo que apoyarse en la mesa para no caer.
Tras unos segundos, salió tambaleante al patio, se acercó a su carro y, de repente, giró y descargó toda su furia contra el tronco de un árbol cercano. La corteza áspera le abrió la piel de los nudillos y la sangre empezó a gotear, pero él ni siquiera pareció sentir el dolor.
Sofía, que justo llegaba en ese momento, se quedó helada al ver la escena.
—¡Sr. Gaspar! ¿Está bien, le pasó algo?
Gaspar agitó la mano, sin mirarla.
—Por favor, cuida de Micaela y Pilar. Si pasa cualquier cosa, márcame de inmediato.
Sus ojos, serios y decididos, se clavaron en los de Sofía. Ella entendió al instante la responsabilidad que le entregaba.
—Sí, descuide. Yo me encargo de ellas —contestó.
Gaspar abrió la puerta del carro, subió y arrancó, perdiéndose por la calle.
Sofía miró el tronco, donde aún quedaban rastros frescos de sangre. Se quedó pensativa unos segundos. ¿Ese era un gesto de remordimiento? ¿O simplemente estaba molesto después de discutir con la señora?
Al entrar a la casa, subió en silencio para asomarse al cuarto. Vio a Micaela y Pilar dormidas, y decidió no molestarlas.
Soltó un suspiro aliviado. Menos mal que Gaspar se preocupó por investigar lo de la cirugía de Pilar… Si nunca se hubiera enterado, ¡qué decepción tan grande para la señora Micaela!
Ojalá y esta vez puedan resolver algo de tanto malentendido…
Por la noche, Sofía eligió un momento tranquilo para contarle a Micaela lo de la mano ensangrentada de Gaspar. Micaela solo repitió, con voz firme:
—Sofía, de verdad, ya no quiero saber nada de lo que él haga.
Sofía se rascó la cabeza, incómoda.
—Está bien, señora.
...
Tres días después, Pilar ya andaba brincando y jugando por toda la casa. Durante ese tiempo, Gaspar siempre preguntó por ella a través de Sofía; también le mandó varios mensajes a Micaela, pero ella no le contestó ninguno.
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