Anselmo insistió en acompañar a Micaela hasta la puerta de su casa antes de irse. Micaela quiso invitarlo a pasar a tomar algo, pero él se negó con gentileza.
Era tarde, y Anselmo sabía perfectamente cómo evitar malos entendidos. Aunque deseaba quedarse, no quería que Micaela tuviera una mala impresión de él.
Justamente esa actitud tan respetuosa dejó una excelente impresión en Micaela.
—¡Mamá! —Pilar corrió a abrazarla, levantando su carita redonda y llena de ternura—. Mamá, no me comí más galletas, ¡lo prometo! Solo me comí un paquetito pequeño.
—Sí, lo sé, hija. Sé que cumples tu palabra —Micaela se agachó y le dio un beso en la mejilla.
A un lado, Sofía sonrió, no pudo evitarlo. Pilar, bajo el cuidado de Micaela, cada vez era más madura.
Aunque seguía pareciéndose mucho a su papá, su carácter se iba pareciendo cada vez más al de Micaela.
A pesar de todo, Micaela no podía relajarse del todo. Seguía tensa, pensando que Gaspar podría aparecer de repente, pero por suerte, él no se presentó a molestarla esa noche.
...
En el hospital.
Adriana estaba cenando afuera con unas amigas cuando recibió un mensaje de Samanta. Le avisaba que estaba internada otra vez, que se sentía mal del corazón.
Era su futura cuñada, así que Adriana no lo dudó y fue de inmediato al hospital a visitarla.
Al verla en la cama, Adriana se sentó a su lado, preocupada.
—Samanta, ayer estabas perfectamente bien. ¿Qué pasó hoy? ¿Por qué estás así...?
Samanta no contestó. Solo apretó los labios y los ojos se le pusieron rojos, como si hubiera sufrido una gran injusticia.
Adriana se alarmó. Samanta siempre le había parecido fuerte e independiente. Si estaba así de afectada, ¿acaso su hermano mayor había hecho alguna tontería?
—Samanta, ¿qué pasó? —le tomó la mano—. ¿Mi hermano te hizo algo? ¿Te trató mal?
Samanta apartó la mirada y se limpió las lágrimas.
—Ya, olvídalo... No quiero que tú también te enojes conmigo.
—¿De veras fue mi hermano? —soltó Adriana—. Tú eres mi cuñada favorita, Samanta. Si mi hermano te hace algo, yo soy la primera en defenderte.
Samanta negó con la cabeza.
—No tiene nada que ver con tu hermano.
Adriana frunció el ceño. Si no era su hermano, ¿entonces quién? De pronto, una idea cruzó su mente.
—¿No será por Micaela? —preguntó, casi sin pensar.
Solo entonces Samanta giró la cabeza. Entre lágrimas, forzó una sonrisa.
—Adriana, la cadena que me diste... No era para mí. Es una edición limitada que tu hermano mandó a hacer hace medio año. Era para otra persona.
Adriana se quedó boquiabierta.
—¿Mi hermano compra una edición limitada y no es para ti? ¿Entonces para quién demonios era?
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