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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 696

—Él lo hacía a propósito, quería impedir que ella se acercara a Jacobo.

Gaspar no era alguien que se preocupara por demasiadas cosas, pero el orgullo y la dignidad ocupaban un lugar especial para él.

Por eso, aunque Micaela tuviera trato con otros hombres, Gaspar no se metía demasiado.

Pero con Jacobo era como si alguien le pisara el orgullo.

...

—Micaela, nos vemos más tarde —le dijo Jacobo con una sonrisa suave cuando ella se despidió.

Micaela asintió, salió de la casa y abordó la camioneta que hacía de transporte. Pronto, llegó a la villa número ocho.

El lugar era amplio y luminoso, decorado con un aire acogedor que recordaba a las casas de madera de los pueblos. Pilar corrió emocionada hacia la recámara principal.

—Este es el cuarto donde voy a dormir con mamá.

Después, se asomó a la puerta de la habitación de invitados.

—Aquí duerme papá.

Micaela aún no había desempacado. Miraba de vez en cuando su celular, como si estuviera esperando una noticia importante.

En realidad, Micaela aguardaba una llamada de la recepción.

—Descansa un rato. Si hay novedades, te van a avisar —comentó Gaspar con voz baja y tranquila.

Pasaron unos diez minutos y el celular de Micaela sonó. Era un número local.

—¿Bueno? —contestó con prisa.

—¿Hola, señorita? Hay disponible una habitación estándar, ¿la quiere?

—Sí, sí, la quiero —respondió tan rápido que parecía temer perder la oportunidad si tardaba un segundo más.

—Perfecto, puede pasar a la recepción para hacer check-in —dijo el empleado.

—Voy para allá —contestó Micaela, sin poder ocultar la urgencia.

Gaspar notó su alivio y, al verla, sus ojos se oscurecieron un poco.

—¿Es otra villa? —preguntó, interesado.

—No, es una habitación estándar —respondió ella, sin darle mucha importancia.

—Me mudo entonces. Tú y Pilar pueden quedarse aquí —dijo Gaspar con total calma, levantándose.

—No hace falta —rechazó Micaela, sin querer deberle nada.

—Esta villa es grande, cómoda. Es mejor para quedarse con la niña —insistió Gaspar, decidido a dejarles el lugar.

Dicho esto, salió del cuarto. Al poco rato, Enzo apareció para llevarse el equipaje de Gaspar y avisó:

—A las seis, el señor Gaspar reservó mesa en el restaurante. Le pide que, por favor, usted y Pilar lleguen puntuales.

Antes de que Micaela pudiera decir algo, Enzo añadió:

—El restaurante anda bastante lleno, así que mejor no se tarde.

—Sí, nos dejó la villa a Pilar y a mí.

Justo en ese momento, la nieve comenzó a caer con suavidad, posándose sobre el gorro azul de Micaela. Ella levantó la vista al cielo, y Jacobo se quedó mirándola unos segundos, cautivado. Desde donde estaba, podía ver su perfil delicado, la punta de la nariz enrojecida por el frío, los labios tan rojos y suaves que daban ganas de probarlos. Había algo dulce en su presencia.

A pesar de saber que no tenía derecho a sentir nada por ella, Jacobo no podía evitar desearla.

Él entendía que las historias imposibles es mejor cortarlas de raíz. Pero cuando se trataba de Micaela, no podía.

Micaela fue la primera mujer por la que Jacobo estuvo dispuesto a arriesgarlo todo, incluso sabiendo que tal vez nunca serían nada.

—¡Achoo! —Micaela estornudó de repente.

Jacobo notó que ella había salido sin bufanda. Sin pensarlo, se quitó la suya y se la puso alrededor del cuello con cuidado.

—Aquí el invierno pega fuerte. No vayas a enfermarte.

Antes de que Micaela pudiera protestar, Jacobo ya la había envuelto con la bufanda.

—Jacobo, no hace falta, yo...

Micaela intentó quitársela para devolvérsela, pero él le sujetó los hombros. Con una determinación insólita en él, le dijo:

—No te la quites.

En ese instante, al otro lado del jardín, una figura alta y robusta apareció entre la nieve. El abrigo oscuro de Gaspar recortaba su silueta, imponente contra el paisaje blanco.

A su lado, Enzo le murmuró:

—Señor Gaspar, ¿quiere que sigamos adelante?

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