¡Ahora resulta que Samanta ni siquiera tiene un lugar claro en la familia y ya anda celosa! Por eso, ella prefería que mi hermano se casara primero y luego arreglaran los papeles.
Quintana, todavía con la cabeza en lo que había pasado antes, se puso seria y le soltó:
—Te lo advierto, no le digas esas cosas a Pilar. Si alguien tiene que hablar con ella, ese es tu hermano, no tú. No la hieras más, ¿sí?
—¡Ajá! ¿Y qué hay de Micaela, entonces? ¿Ella sí puede buscarle otro papá a Pilar, pero mi hermano no puede tenerle una madrastra?
—¿Micaela y Jacobo están juntos ya? —preguntó Quintana, sorprendida—. ¿Tan rápido avanzaron las cosas entre ellos?
Por dentro, Adriana sentía como si le hubieran echado limón en la herida.
—Cuando hablo de padrastro, no me refiero solo a Jacobo. ¿Quién sabe cuántos novios ha tenido ya?
Quintana soltó un suspiro, resignada.
—Ahora Micaela está soltera, y salir con quien quiera es asunto suyo.
—¡Pero que no ande mandando a mi hermano! Él es su exesposo, no su sirviente para que lo moleste cada vez que se le ocurre.
—Si tu hermano quiere ayudarle, es su asunto. —Quintana chasqueó la lengua—. ¿Y tú por qué te preocupas tanto por él? La última vez que te mandé a una cita, ni fuiste.
Adriana recordó al candidato que su mamá le había presentado. La verdad, no le llegaba ni a los talones a Jacobo. Como si fuera a fijarse en él.
—Mamá, ya no me busques más citas, ¿quieres? Si no es Jacobo, no quiero a nadie.
Dicho esto, Adriana giró sobre sus talones y se metió a su cuarto.
—Esta niña... —murmuró Quintana, algo fastidiada—. Si la familia Montoya se interesara de verdad en ella, yo ya habría hablado con ellos hace rato.
...
La tarde caía sobre el tercer edificio de la Cúpula Celeste, y el salón de eventos resplandecía con sus luces. Las enormes lámparas de cristal lanzaban destellos por todo el lugar. Cuando Micaela entró junto a los demás invitados, tuvo que contener la respiración ante la elegancia del ambiente.
En la mesa principal, un mantel de seda azul oscuro lucía el escudo nacional bordado. Los cubiertos dorados relucían y en el centro, un arreglo floral llamaba la atención de todos.
Los meseros, perfectamente uniformados, iban y venían sirviendo a los asistentes.
—Y la doctora Micaela —dijo Norberto de pronto, fijando la vista en ella—. El desarrollo médico de la nación necesita líderes jóvenes como usted.
—Señor secretario, exagera usted. Poder contribuir, aunque sea un poco, ya es un privilegio para mí —respondió Micaela, mostrando una sonrisa cálida y segura.
Norberto no se guardó el elogio:
—La doctora Micaela no solo destaca en su trabajo, también es admirable por su humildad.
Aunque solo fue una frase más, la forma en la que Norberto miró a Micaela, casi como si fuera de la familia, no pasó desapercibida para los presentes.
Gaspar levantó su copa y bebió un trago, sin dejar de observar a Micaela.
Anselmo, sentado junto a Norberto, tampoco pudo ocultar el brillo intenso en su mirada.
Micaela, justo en ese momento, cruzó la mirada con Anselmo. En medio de ese evento, sentir su atención la hizo sonrojarse. Sus orejas se tiñeron de rojo sin que pudiera evitarlo.
Bajo la luz, aunque Gaspar estaba a dos asientos de distancia, no perdió detalle del rubor en las orejas de Micaela, y una oleada de emociones se agitó en su interior.

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