—Gaspar me lo mencionó —comentó Jacobo con una mirada tranquila.
Micaela asintió.
—Sí, esta vez fue una invitación especial del secretario de Estado. Todos estamos muy honrados de participar.
—¡Claro! Que te hayan invitado significa que ya eres alguien muy importante —agregó Jacobo, sin ocultar la admiración en su tono.
Micaela sonrió levemente, con humildad.
—Gracias, pero exageras.
Por un momento, la mirada de Jacobo se volvió más intensa. Había preguntas que quería hacer, pero el miedo a incomodar lo detuvo y se quedó callado, dudando.
En ese instante, el celular de Jacobo vibró. Era la señora Montoya, apresurándolo para que llevara de vuelta a Viviana.
—Sí, mamá, ya casi vamos para allá. Justo estoy aquí platicando con Micaela —respondió Jacobo.
—¿Ah, estás con Micaela y los niños comiendo? Entonces no se apuren, disfruten, platiquen tranquilos. No hay prisa —la señora Montoya cambió de tono de inmediato, claramente más relajada.
Jacobo no pudo evitar reír.
—Está bien, mamá, entendido.
—Pensé que ibas solo con Viviana. Todavía es temprano, pueden regresar más tarde —dijo la señora Montoya antes de colgar.
En ese momento, el celular de Micaela emitió una notificación.
Revisó la pantalla: era un mensaje de Anselmo.
[Estoy en el aeropuerto, ya casi abordo para regresar a la base. Solo quería avisarte.]
Micaela miró el mensaje unos segundos y respondió:
[Que tengas buen viaje. Cuídate.]
[Gracias, espero que podamos vernos pronto.] Anselmo contestó al instante.
A su lado, Jacobo la observaba con una mezcla de curiosidad y algo más difícil de descifrar.
—¿Era el señor Anselmo? —preguntó como si no le diera importancia.

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