Enzo sostenía el celular, percibiendo ese silencio inusual al otro lado de la línea. El señor Gaspar, siempre tan decidido y directo, en ese instante no daba ni una sola instrucción. ¿En serio?
—Señor Gaspar, ¿necesita que yo... —Enzo tanteó el terreno, dudando.
—No es necesario —contestó Gaspar, con la calma de siempre—. Deja que Lionel la acompañe, tú regresa.
En cuanto colgó, Enzo se quedó mirando el teléfono unos segundos, desconcertado. Siempre que la señorita Samanta tenía algún malestar, el propio señor Gaspar se encargaba de todo sin demora.
Pero bueno, Lionel y Samanta eran amigos desde hace tiempo, eso el jefe lo sabía de sobra.
...
Dentro del cuarto del hospital, Lionel observaba a Samanta comer con desgano, como si nada le supiera bien.
—¿Te cae mal la comida? Si quieres, pido que traigan otra cosa —le ofreció Lionel, atento.
—No hace falta, no es por la comida. Simplemente no tengo ganas de comer —respondió Samanta, dejando el tenedor y rindiéndose.
—Ahora más que nunca necesitas alimentarte bien, Samanta. Come un poco más —insistió Lionel, arrugando la frente, preocupado.
Samanta le regaló una sonrisa suave.
—Gracias, Lionel. Con tu atención ya me siento mucho mejor.
Lionel notó la charola de frutas al lado y se levantó.
—Déjame traerte unas frutas, seguro eso sí se te antoja.
—Lionel, no te molestes —Samanta lo detuvo, sujetando su camisa con delicadeza.
El corazón de Lionel se agitó. Samanta, sin maquillaje, parecía una flor blanca recién abierta, tan delicada que le era imposible negarle cualquier cosa.
—Está bien. Si te da hambre, sólo dime —accedió Lionel, sin insistir más.
Samanta volvió a recostarse, ya se le notaba el sueño encima. Lionel ordenó un poco la habitación y se quedó a cuidarla. Cuando llegó la representante, Noelia, Lionel pidió que los dejaran solos.
Esa noche, él se encargaría de Samanta.
...
Tres días después, al amanecer, Micaela acababa de dejar a su hija en la escuela cuando sonó su celular. Gaspar la contactaba.
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