Lara no pudo evitar echarle otra mirada, pensando que si ella tuviera la suerte de conocer a un hombre con semejante porte y estatus, no dudaría ni un segundo en lanzarse.
Pero, por desgracia, su círculo social nunca le permitiría codearse con ese tipo de personas.
En cambio, para Micaela eso era mucho más sencillo. Gracias a la enorme red de contactos de su papá, que abarcaba desde académicos nacionales hasta internacionales, ella siempre tenía una ventaja imposible de igualar. Eso era lo que siempre la hacía sentir menos que Micaela.
Tener un papá que es un académico tan reconocido, sí cambia la vida.
Las horas parecían eternas, y antes de que se dieran cuenta, ya casi eran la una de la tarde. Nadie tenía ganas de comer, y la preocupación les estaba drenando la energía.
Desde que Micaela recibió la llamada la noche anterior, apenas había podido dormir y, para colmo, ni siquiera había desayunado. Entre la tensión y el hambre, apenas se levantó de la silla, sintió un mareo tan fuerte que el mundo comenzó a dar vueltas frente a sus ojos.
Pensaba ir por un vaso de agua, pero apenas se puso de pie, todo se le nubló.
Sintió que iba a desplomarse.
Y justo en ese instante, una mano firme y cálida la sujetó por la cintura, impidiendo que cayera. En un solo movimiento, la atrajo suavemente hacia su pecho, sosteniéndola como si fuera lo más valioso del mundo.
—¿Te pasa algo? —preguntó Anselmo, con voz preocupada.
—No te preocupes, creo que es por el azúcar baja —respondió Micaela, tratando de recomponerse y agradecida porque él la sostuvo. Si no, seguro se hubiera ido al suelo.
Anselmo bajó la mirada para revisarla, notando el color pálido de su cara. La seguía sujetando con firmeza, sin intención de soltarla.
—Micaela, tengo un caramelo, tómalo —dijo, sacando uno de su bolsillo y ofreciéndoselo.
Micaela lo tomó y se lo puso en la boca. Anselmo fue a buscarle agua sin perder tiempo.
Lara, que había estado observando de reojo, sacó rápido su celular y grabó toda la escena durante un minuto. Luego, fingió preocupación y se acercó.
—Micaela, ¿estás bien?
En ese momento, Micaela estaba casi completamente abrazada por Anselmo, quien la protegía con un gesto tan natural que a Lara la llenó de celos y rabia.
Tras beber agua, Micaela empezó a sentirse mejor. Fue entonces que se dio cuenta de que seguía en brazos de Anselmo y, apenada, se enderezó de inmediato.
—Anselmo, ya estoy bien, gracias.
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