Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 837

—Siempre quise aprender a cocinar bien, pero no tengo ese talento —Micaela se encogió de hombros con una sonrisa resignada.

Jacobo la miró con una expresión más profunda, como si le estuviera hablando al alma.

—En una familia, con que haya alguien que disfrute cocinar, es suficiente.

El calor subió a las mejillas de Micaela. Se giró hacia Jacobo y le dijo:

—Tú también deberías comer. Hoy te aventaste con todos estos platillos, seguro también tienes hambre.

—Sí, tienes razón —Jacobo le sonrió y luego miró a los dos niños, su voz se volvió cálida—. Nada de hacerle el feo a la comida, ¿eh? Hay que comer de todo para estar fuertes.

—Ya sabemos, tío —contestó Viviana, sacando la lengua de broma.

Con los niños en la mesa, la cena se sentía ligera, llena de risas y palabras sueltas. El ambiente era tan tranquilo que daba gusto estar ahí.

La verdad, pasar tiempo con Jacobo era fácil. Él siempre era atento, sabía cuándo ayudar, cuándo guardar silencio y, sobre todo, nunca hacía sentir a Micaela presionada.

Al terminar de cenar, Micaela se levantó de inmediato para ayudar a recoger y lavar los platos.

Jacobo intentó detenerla varias veces, pero ella se mantuvo firme.

—Eres la invitada, déjame a mí, de veras —insistió Jacobo, viéndola desde la esquina de la cocina.

—Pero tú cocinaste todo, lo justo es que yo lave los platos —respondió Micaela, moviéndose ágil mientras enjabonaba los trastes.

Al final, Jacobo no insistió más. Se quedó mirándola, los ojos llenos de una luz suave y cálida. Por un momento, parecía que de verdad eran una familia.

—Voy a ir a lavar frutas para los niños —dijo Jacobo, sin quedarse de brazos cruzados.

Micaela terminó de lavar los platos, se volteó para acomodarlos y justo en ese momento Jacobo llegó con una caja de cerezas. Casi chocan entre los dos.

Por la sorpresa, Micaela dio un paso atrás y casi se le cae el plato de las manos. Jacobo reaccionó rapidísimo y la sostuvo del brazo, acercándolos tanto que el aire entre ambos se llenó de tensión.

Estaban tan cerca que Jacobo alcanzó a percibir el aroma suave del cabello de Micaela. Él se quedó quieto, sorprendido. Ella bajó la mirada, él levantó la suya, y sus ojos se encontraron.

—Perdón —susurró Micaela, dando un paso atrás.

—¿No te lastimé? —la voz de Jacobo sonó más profunda de lo habitual.

—No, estoy bien —dijo Micaela, negando con la cabeza mientras colocaba el plato en el gabinete de la cocina.

Jacobo se relajó y soltó una pequeña sonrisa, como si nada hubiera pasado. Dejó las cerezas sobre la barra y, cuando giró para tomar el plato de frutas, Micaela también se movió y casi vuelven a chocar.

Esta vez, Jacobo puso el brazo suavemente alrededor de la cintura de Micaela, pero ella reculó hábilmente y evitó el contacto. Se miraron y ambos rieron, rompiendo el momento extraño.

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