Sin embargo, Micaela no pensaba sentir compasión por Gaspar; después de todo, se lo había buscado.
—Abuelita, en otros países a veces hay equipos más modernos, hacerse un chequeo solo para estar tranquila tampoco está mal —comentó Micaela para consolarla.
—Eso dices, pero ir y venir así cansa mucho, yo ya le tengo miedo al avión —suspiró la señora, y al ver a Pilar jugando cerca, le dedicó una sonrisa llena de orgullo—. Mira nada más cómo tienes a Pilar, bien sanita y gordita.
Micaela también miró a su hija; lo único que deseaba en esta vida era que Pilar creciera con salud y felicidad.
—Mamá, ¿puedo ir a jugar arriba? —preguntó Pilar, medio preocupada. La última vez había tirado unos papeles de su papá y temía que su mamá no la dejara subir.
Micaela asintió y, sacando un folder del bolso, dijo:
—Vamos, yo te acompaño.
Tomando la mano de Pilar, subieron juntas. Llegaron al despacho de Gaspar y Micaela aprovechó para devolver el expediente médico al montón de documentos.
Pilar saltaba de un lado a otro, cuando de repente una puerta se abrió de golpe. Una voz fastidiada se dejó oír:
—¿Quiénes son? ¡No pueden dejar de limpiar tan temprano!
Pilar se asustó y volteó. Era Adriana, que se frotaba la frente, claramente molesta por haber sido despertada.
—¡Tía! —corrió Pilar a saludarla.
Al ver a Pilar, la expresión de Adriana se suavizó; hasta sonrió, aunque resignada.
—¿Eres tú, Pilar? ¿Desde cuándo llegaste?
—Ya tengo rato aquí. ¿Tía, todavía no te levantabas? —le preguntó Pilar, levantando la carita.
—No dormí bien, pensaba... —Justo entonces, Adriana vio a Micaela acercándose. La gentileza que mostraba a Pilar desapareció al instante, reemplazada por una frialdad cortante y un dejo de fastidio.
—¿Tú qué haces aquí? —espetó, como si Micaela no tuviera derecho a estar en esa casa.
—¿Qué quieres decir, Micaela? ¿Ahora me deseas una enfermedad? Mi salud está perfecta, no necesito tu falsa preocupación. Y no creas que por saber medicina eres la gran cosa, mejor ocúpate de ti.
Micaela frunció el ceño, se dio la vuelta y decidió no replicar más.
—Espera —llamó Adriana, cruzándose de brazos y soltando una risita desdeñosa—. ¿Y ahora? ¿Te preocupas por mí? ¿Quieres quedar bien conmigo? ¿A poco quieres volver con mi hermano?
Era claro que Micaela ya esperaba esa reacción de Adriana. Sin molestarse, respondió con calma:
—Piensa lo que quieras.
—Micaela, si traes esa idea, mejor ni le busques. Mi hermano no va a volver contigo —gritó Adriana mientras Micaela se iba.
Justo cuando la figura de Micaela dobló la esquina, Adriana sintió un mareo leve. Instintivamente se apoyó en el marco de la puerta, respirando con dificultad.
En ese momento, una alarma se encendió en su mente: ¿y si en verdad tenía algo mal?

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