Samanta se había ido hacía poco tiempo, cuando Franco llegó al vestíbulo del laboratorio.
Guiado por la recepcionista, Franco entró a la oficina de Micaela. Ella ya se había quitado la bata de laboratorio y estaba sentada en su escritorio, organizando datos en la computadora.
—Señorita Micaela, estas son unas solicitudes que necesitan su firma —dijo Franco, sacando varios documentos de su portafolio y entregándoselos.
Micaela los revisó rápidamente y firmó donde correspondía. Al terminar, Franco los guardó y sacó otro expediente, tendiéndoselo con gesto serio.
—Señorita Micaela, aquí está el informe sobre la reestructuración de las empresas asociadas al señor Gaspar —explicó, señalando una esquina del documento—. Mire, esta es una filial nueva creada este año: Futuro Tech. Tiene un capital registrado de mil millones de pesos, la representante legal es la propia Samanta, y la empresa con la que están colaborando es el Grupo Báez, que pertenece a su papá.
Franco se acomodó los lentes, con tono aún más grave.
—Samanta está usando el dinero y los recursos de Gaspar para abrirle camino tanto a ella como a su familia. De hecho, en la reciente crisis del Grupo Báez, Gaspar intervino de inmediato, y hoy que abrieron la bolsa, las acciones del Grupo Báez apenas bajaron.
Franco sacó otro papel y se lo mostró.
—Aquí está la tabla de accionistas del Grupo Báez. Fíjese, Futuro Tech no es propiedad exclusiva del Grupo Ruiz; el Grupo Báez también tiene una buena parte. Y hace una semana, hubo cambios internos en la distribución de acciones del Grupo Báez. Néstor le transfirió parte de sus acciones a la empresa de Samanta. Así que, en este momento, Samanta controla el trece por ciento del Grupo Báez, lo cual equivale a casi tres mil millones de pesos.
Franco parecía confundido por todo lo que había descubierto, pero Micaela ya lo tenía claro. Gaspar había invertido esos tres mil millones solo para que Samanta aceptara participar en el experimento.
En el fondo, muchas señales indicaban que la relación entre Gaspar y Samanta no era tan sencilla como aparentaban. Más allá de cualquier cuestión sentimental, entre ellos había intereses de por medio.
Durante diez años, Gaspar la impulsó hacia la fama y el poder, la introdujo en los mejores círculos, le facilitó contactos y ahora hasta le estaba ayudando a conseguir acciones de la familia Báez. Gaspar había cumplido con creces.
—Gracias por investigar todo esto para mí. Anda, sigue con lo tuyo —dijo Micaela con gratitud.
—Lo que necesite, no dude en decirme —respondió Franco, poniéndose de pie y saliendo con paso firme.
Micaela arrugó las dos tablas de accionistas y las tiró al bote de basura. Recordó la actitud arrogante de Samanta momentos antes y no pudo evitar sonreír con cierta satisfacción. Al menos, sus palabras no habían estado equivocadas.
En el hospital.
Después de una larga lucha, Damaris despertó. Acostada en la cama, lucía aún más demacrada, como si la enfermedad le hubiera robado las fuerzas y el tiempo. Miró a sus hijos, que estaban a su lado, y sintió de pronto que el final se acercaba.
Sabía que lo que tenía no era una simple enfermedad de la vejez. De pronto, agarró la mano de Gaspar, apretándola con fuerza.
—Gaspar, dime la verdad, ¿qué tengo? —le pidió, con una voz temblorosa.
Gaspar se quedó mirando los ojos hundidos de su madre, tragando saliva, luchando por controlar la emoción.
A un lado, Adriana rompió en llanto, las lágrimas le caían como si fueran cuentas de collar deshechas. Se arrodilló junto a la cama, suplicando:
—Hermano, por favor, dile la verdad a mamá. Ya llegó hasta aquí, merece saberlo.

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